Cataluña

Esto es sólo el principio

La Razón
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Por fin hay sentencia del Tribunal Constitucional sobre el estatuto de Cataluña y creo que a pocos sorprenderé si digo que pocas veces en mi vida he sentido tanta vergüenza ajena. Sí, ya sé que los nacionalistas catalanes andan diciendo que es una estocada constitucionalista y que van a echarse a la calle y tampoco se me oculta que el PP proclama que es una victoria siquiera parcial. Tinglado de la antigua farsa. En realidad, ese fallo no es un ápice menos que la voladura del orden constitucional. No voy a referirme a las razones jurídicas para esa afirmación aunque salta a la vista que España ha dejado de ser una nación de ciudadanos libres e iguales. Voy a detenerme más bien en las económicas. A día de hoy, España está obligada, entre otras cuestiones, a llevar a cabo la reforma fiscal más drástica de todo el mundo desarrollado, a eliminar un déficit que es más del triple del alemán y a enfrentarse con el problema que significan cinco millones de parados. La aprobación del estatuto es una batería de torpedos contra la línea de flotación de esos objetivos. En primer lugar, implica un gasto salvaje que queda en manos de personas tan manirrotos y derrochones como los nacionalistas catalanes. El disparate de las veguerías es declarado como no inconstitucional igual que el pagar a Cataluña inversiones durante siete años mientras se paralizan las del resto de España. Además, el resto de España se compromete a inyectar dinero en Cataluña eternamente de manera tal que una región que cada vez está peor gestionada no descienda en el listado de las CC AA y, como guinda del pastel, se entrega al gobierno catalán el montante de una serie de impuestos precisamente cuando el poder central debería recuperarlos siquiera porque los está subiendo. Todo ello cuando hace apenas unos días Montilla no ha conseguido que la banca internacional preste a Cataluña ni un euro porque no confían en ella. ¿Qué significa todo esto? Significa que en medio de la peor crisis económica de las últimas décadas, el fallo del Tribunal Constitucional consagra vaciar los bolsillos de todos los españoles para sostener los carísimos delirios de grandeza de gente que insiste en que son una nación distinta de España. Esa simple circunstancia se traduce en que el nacionalismo catalán nos va a mantener sumergidos en la recesión durante décadas. Por desgracia, es sólo el principio. Durante los próximos años nos veremos empantanados en centenares de procesos – ¡justo lo que necesita la administración de justicia! – entre un nacionalismo que sabe que ha ganado y un agónico poder central que pretenderá sobrevivir siquiera a ratos. Y a eso se sumará el pistoletazo de algunas CCAA – ya lo ha anunciado Valencia– por no quedarse atrás en la rebatiña localista de los recursos de todos. Quisiera equivocarme, pero después de que el Tribunal Constitucional haya accedido a dinamitar el orden constitucional de 1978 tan sólo vendrá el sálvese quién pueda en medio de un empobrecimiento nacional generalizado. Hubo quien dijo que ZP impulsó el estatuto de Cataluña convencido de que sería una baza ideal para ofrecérsela a una ETA dispuesta a pactar. Se quedaron cortos. Ni la ETA más entusiasmada hubiera podido jamás pensar en una España más aniquilada que la que surge después del fallo del Tribunal Constitucional sobre el estatuto.