Reforma constitucional

Otro discurso memorable

La Razón
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Tenía ya preparado el artículo para hoy –iba sobre el copago en la Justicia– cuando el pasado fin de semana, tiempo ideal para leer, hurgando por internet leí el discurso de Benedicto XVI el pasado jueves en el Parlamento alemán. Y tras leerlo el copago esperará unas semanas.

Sorprende otra vez su sencillez, claridad y amenidad para plantear los problemas más profundos y acuciantes; y además, en este caso, con ironía y hasta humor. Todo para responder a lo siguiente: «¿Cómo podemos reconocer lo que es justo?, ¿cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente?»
Hablaba al centro del poder político y comenzó con una cita bíblica que narra que Dios concedió al rey Salomón, en su entronización, formular una petición y Salomón no pidió éxito, riqueza, ni eliminar a los enemigos. Suplicó esto: «Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal». «Con este relato –señala el Papa–, la Biblia quiere indicarnos lo que en definitiva debe ser importante para un político».
Centrado así el toro fue desgranando cómo la política debe ser un compromiso por la justicia, por aplicar el derecho y qué pasa cuándo se ignora; otra cita, ahora de San Agustín le permitió recordar los efectos: «Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?», lo que le permitió recordar a la Alemania nazi.

Señaló que para la mayor parte de las normas el criterio de la mayoría basta, pero hay otras cuestiones fundamentales en las que está en juego la dignidad del hombre y ahí el principio de la mayoría ya no basta. En estos casos un político responsable «debe buscar los criterios de su orientación», pero «¿cómo se reconoce lo que es justo?». Señaló así el Papa que el cristianismo, a diferencia de otras religiones que han fundido la ley civil y ley religiosa, el nunca ha impuesto al Estado un «derecho revelado» sino que apela a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho.

Tras resumir la historia y fundamentos del Derecho occidental –parte esencial de nuestra civilización–, basado en la razón natural, señaló que, cuando ese fundamento parecía claro, en el último medio siglo se produjo «un cambio dramático de la situación» de manos del positivismo que no ve otro fundamento en las leyes que su aprobación mediante un proceso legislativo y por una mayoría suficiente; un planteamiento que encierra al hombre en ese edificio de hormigón, sin puertas ni ventanas, al que aludía el Papa.

El Papa recordó las bases del patrimonio cultural europeo, que sobre la idea de un Dios creador se ha desarrollado los derechos humanos, la inviolabilidad de la dignidad humana y la responsabilidad del hombre por su conducta. Concluyó magistralmente: a Salomón se le concedió lo pedido pero «¿qué sucedería si a nosotros, legisladores de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? Pienso que, en último término, también hoy, no podríamos desear otra cosa que…la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz»

Tras leer ese discurso sentí lo mismo que hace un año al leer el pronunciado en Westminster Hall ante políticos y de más representantes de la sociedad civil británica. Otra vez habla de las relaciones entre religión, política, ética y Derecho y la legitimación del poder. En su momento me referí a ese discurso en esas páginas y a las palabras del primer ministro David Cameron: «usted realmente ha retado a todo el país a sentarse y pensar, y eso sólo puede ser algo bueno».

Ahora siento lo mismo: melancolía, pero de España. ¿Por qué es inconcebible que esos discursos se pronuncien en el parlamento español, en un país con una tradición jurídica que tanto y tan decisivamente ha aportado a los fundamentos de los derechos humanos? Como el espacio no da para mucha glosa, simplemente invito a leerlo, ahora que estamos en época electoral; así los políticos descasarán de leer tanta encuesta. Aparte de L'Osservatore Romano, está en www.vatican.va.