Ciclismo
El juego de las miradas
A10 kilómetros de la cima arranca Andy Schleck. Utiliza peones hasta fundirlos, ilusionado con agotar también a su íntimo enemigo, reventarlo. Espigado, tieso como un junco, pedalea con frenesí.Alberga la remota esperanza de llegar solo a la cima del Tourmalet. Está seguro de sus fuerzas, no vuelve la vista atrás; se siente poderoso e irresistible, liviano en la ascensión, no pesa, es todo potencia; no cabecea, sólo mueve las piernas, vuela. Cuando gira la cabeza, donde suponía el vacío ve la sombra del amarillo, pegada a él. Alberto Contador, escondido tras las gafas, ni se inmuta. No mueve un músculo de la cara. Si está fatigado, lo oculta; si rebosa energía, también. Es una efigie. Andy pedalea, sin respiro, sin descanso, alcanza la máxima frecuencia cardiaca, el corazón bombea con tal violencia que el maillot blanco muestra el oleaje. Cuando asume que Alberto Contador es invencible, le reta con la mirada. A 3,9 kilómetros de la cumbre Alberto, nervios de acero, no releva, ataca y para.Andy lo ha entendido, ya no desafía; ahora su mirada es desconfiada, y de gratitud cuando cruza la meta. Ha ganado la etapa; Contador no ha luchado por impedirlo. Alberto es amigo y, como Miguel Indurain, un caballero.
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