Bilbao
El «afterhour» de Troitiño
«Txomin está flipando con lo de ayer, fue la hostia», grita un joven entre carcajadas al terminar de hablar por teléfono. Enseguida, el camarero le habla precipitadamente en euskera. Silencio. Hay persona «non grata». Eso sí, el brazo en alto no pierde la firmeza para servir el txakolí. Orgullo de costumbres.
Txomin debió disfrutar la madrugada del pasado jueves, desde su celda, el recibimiento que la herriko taberna Zahar en Intxaurrondo (Guipuzcoa) le reservó a su hermano Antonio. Ambos tienen sus «proezas»: los hermanos Troitiño son los etarras más sanguinarios de la historia. A Txomin se le atribuyen 24 muertes en el atentado contra el Hipercor de Barcelona. A Antonio, más de 22 entre 1982 y 1986, entre ellos el asesinato de 12 guardias civiles en la plaza de la República Argentina de Madrid.
Mientras la sociedad española veía el pasado miércoles cómo el etarra salía de su prisión en Huelva sin cumplir su condena completa (aunque la aplicación de la doctrina del Tribunal Constitucional sobre el doble cómputo de la prisión preventiva ha permitido adelantar su excarcelación, inicialmente prevista para 2017), el bar de la calle Txaparrena preparaba un «aquelarre» de 200 personas para recibir a su «héroe».
Troitiño llegó en coche sobre las dos de la madrugada con la intención de retirarse a su casa, según cuentan vecinos que no pertenecen al mundo abertzale. Pero le fue imposible. Detuvieron su coche al otro lado del puente que llega al bar y entre vítores lo condujeron al local, en el que trabajan familiares del etarra.
«Se le recibió como cuando viene aquí un político, bailando el aurresku», informan. Además, ayer se supo que mientras se resuelve el recurso de súplica contra su puesta en libertad, la Fiscalía de la Audiencia Nacional no tiene previsto pedir la imposición de medidas de control y vigilancia especiales sobre el ex miembro del «comando Madrid».
Entre vítores de «¡Gora ETA!» al ritmo instrumental de la chalaparta la fiesta duró hasta las cinco y media de la madrugada. «Toda la noche escuchando el euskogudaria, no pudimos pegar ojo», se quejan los que no participaron. Porque Intxaurrondo se divide en dos mundos. Los abertzale y los que no lo son. «No nos hablamos entre nosotros, cada grupo hace su vida y ya está».
Así se ve matrimonios empujando carritos con sus bebés mientras la herriko taberna se despereza recibiendo al ocaso. Es tarde de viernes y, poco a poco, van llegando jóvenes que, con música de Kortatu de fondo, empapan sus bebidas con comida. Una gigantesca tortilla de patatas es la reina de la barra. «No puedo decirte nada porque no sé nada», responde uno de ellos, un joven de no más de 25 años, cuando se le pregunta por la fiesta.
No hace falta. Los alrededores de la herriko taberna responden por él. Justo enfrente, un «gaztetxe» (casa de jóvenes) anima el ambiente con música reivindicativa del nacionalismo vasco a todo volumen, al lado de una réplica del Guernika de Picasso. Junto a unas pintadas en la pared que ensalzan a Troitiño. Aurrera (adelante), han rotulado en el techo del local.
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