La entrevista de Amilibia

La idolatría del dinero

La Razón
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Como aldabonazo viene hoy la Palabra de Dios, porque nos despierta del «dulce encanto» de la burguesía, y nos urge a curar la idolatría del dinero. Amós es claro y directo; la descripción que hace es válida también hoy. El dinero ocupa un lugar muy relevante en la sociedad y en el boldillo de los hombres y mujeres. El corazón humano se pega a las riquezas y al poder, como el polvo del camino al peregrino. Se rinde culto al dinero y se venera su poder.
En el Evangelio Jesús nos anima a la astucia en el uso del «dinero injusto». Es injusto porque casi siempre se convierte en eje de injusticias o en su origen, o en su uso, o en sus consecuencias. Toda la astucia del hombre de la carne por asegurar su futuro es puesta por Jesús como paradigma de la astucia que los que intentan «vivir en cristiano» han de usar para no ser atrapados por ese ídolo destructor de personas y sociedades. El amor al dinero conduce a cometer graves injusticias cuyas víctimas son siempre los más débiles. El dinero es necesario, ciertamente, pero el apego a él, el convertirlo en ídolo, destruye. ¿Es necesario poner ejemplos? Tras invitarnos a la astucia, Jesús nos avisa: «Ningún siervo puede servir a dos amos, no podéis servir a Dios y al dinero». Además, el mismo Jesús, habla del dinero como «de lo menudo», pues -aunque no lo creamos- muestra una endeblez extrema para asegurarnos una vida que queremos eterna y feliz: no nos sirve más allá de la tumba, y no nos sirve tantas veces en este mundo. Por eso añade: «el que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado».
Al inicio de curso Jesús nos anuncia que si de verdad queremos seguirle, y en verdad nos interesa ser cristianos, hemos de empezar por lo menudo, por eliminar los «pequeños escollos», y el dinero es de los primeros y más fáciles de eliminar. Vendrán después «cosas mayores» a las que seremos invitados, y ya estaremos entrenados. Jesús nos invita a ir por pasos y comenzar por lo menudo, porque la misión a la que Dios nos llama es impresionante: «ser testigo en medio de las gentes de que ‘sólo Dios basta', sólo Él sacia la sed de felicidad». ¿Por qué gastar, entonces, tantas energías, y vivir tantos conflictos, luchando por cosas innecesarias y hasta perjudiciales, por proyectos, sueños, bienes, que no me dan vida?
Viene muy a propósito el siguiente relato: «Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que vivía confortablemente a base de adular al rey. Y le dijo Aristipo: ‘Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas'. A lo que replicó Diógenes: ‘Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey».

 

Luis Emilio PASCUAL. Capellán de la UCAM