Literatura
La novela por Francisco NIEVA
Es siempre una mentira sobre la verdad del hombre
Que tanta novela se publique – incluso de más – es señal inapelable de un altísimo porcentaje de «lectores noveleros». Sería una curiosa información conocer el tipo de novela que alcanza una cota mayoritaria, minoritaria e intermedia, como orientación de sociólogos y escritores. Lo que sí es un dato certero es que el lector de novelas es joven. Digamos, relativamente, pues en los países desarrollados, la juventud se prolonga mucho. Una persona, sea hombre o mujer, en plena madurez, comprometida en cualquier actividad, lejos del mundo literario y con menos horas para el ocio a su disposición, deja de leer novela para frecuentar otras distracciones que necesitan menos concentración imaginativa y reflexiva, pues la novela concita nuestra personal imaginación y nuestra capacidad reflexiva. Estimula a soñar sobre la vida, y a meditar sobre lo real y lo fantástico que ésta puede ofrecernos. Universidad lúdicaLa novela, aunque sea pura invención, es siempre una mentira que dice la verdad sobre la condición del ser humano, sus formas de sentir, de soñar, de enfrentarse con la realidad y la tragedia. La novela es una universidad lúdica. Puede ser muchísimo lo que aprendamos, divirtiéndonos, y leyendo tan solo novelas, aunque sean de baja calidad. La novela del siglo XIX y principios del XX ya no puede llegar a más en profundidad, en complejidad, en sutileza, en refinamiento, y en la que muy altos talentos explicitan su experiencia vital, desde la originalidad de sus formas. Dickens, Balzac, Melville, Manzoni, Dostoievsky, Tolstoi, Proust, Henry James… ¡Y Joyce! Y a cuántos más no me dejaré en el tintero. El que quiera enterarse de lo que es la gran novela, en su extrema decantación –como pilar de la cultura literaria–, no tiene más remedio que tirarse a esa piscina, para lectores de profesión. Una larguísima piscina, con varios metros de profundidad, no digo cuántos, porque nunca se llega al fondo. Novelas hay para todos los gustos y no todas tienen que ser un paradigma de novela. La mala novela también es pedagógica sin pretenderlo. Y además, existen los géneros supuestamente menores, que cuentan con sus correspondientes maestros. El joven lector de todo lo que cae en sus manos también saca una ventaja sideral en conocimientos prácticos al que no lee nada en absoluto. Por esto se recomienda la lectura, porque no todo puede depender de la formación o de la instrucción pedagógica, que las gentes pongan algo de su parte, si saben leer: «Lea usted lo que sea, lo que le dé la gana. Lo que quiera que lea le demostrará algo sobre la vida que lleva entre sus semejantes». Pues bien, dicho esto, no vivimos una etapa de oro para la novela, porque el tiempo de ocio se ha repartido en otros sistemas bien atrayentes, en el deporte, en el cine, en la televisión y, sobre todo, en Internet. ¡Benditos tiempo legendarios, en donde, para distraernos, sólo existía la novela como medio de evasión, con todas las maravillas que la imaginación pueda concebir. La novela griega nació con la intención de ser evasión y recreo para altas damas en su gineceo y su tocador. «El asno de oro» tiene, primero, esa doméstica intención. Esas señoras se muestran encantadas por esa balumba de historias graciosas, misteriosas, llenas de brujas y espíritus malignos. Es un misterio de la literatura novelesca que nazca pensando en la mujer y no deje de hacerlo, de un modo intermitente y aleatorio. El principal lector – y aun escritor – de la «novela gótica» es mujer. «Cotilla inglesa»Pero también hay «novela machista», el género policíaco en un elevado porcentaje. La mujer es menos proclive a este género, aunque hay excepciones tan interesantes como Agatha Christie, leída con pasión por «el sexo fuerte». Y con el sexo fuerte se medía ella – con el propio Conan Doyle y compañía– en imaginación y plasmación de personajes fetiches y simbólicos, compitiendo con Sherlock Holmes en caracterización. Yo he leído con sumo placer a la Christie. Me encantaba su tono de «cotilla inglesa», fiel reflejo de la vida británica, de su clase y su tiempo.
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