Fútbol
Una lección de Mourinho
La extraña alineación del Real Madrid avisaba de lo que iba a ser el partido. Mourinho quiso reservar a sus jugadores decisivos. Dejó a Cristiano, Xabi Alonso y Özil pidiendo la vez en el banquillo; formó la pareja de centrales con Albiol y Garay; concedió el mando del centro del campo a Pepe y Lass Diarra y dio una oportunidad a Granero y a Kaká. Lo que parecía una manera nada sutil de entregar el partido, terminó siendo una perfecta maniobra de distracción.
Pepe se hizo el dueño del centro del campo, perfecto en la recuperación y en las segundas jugadas. Granero, por la izquierda, daba la salida al juego que necesitan el portugués y el pequeño Diarra. Ha encontrado su sitio fuera del Bernabéu, donde no siente la presión de sentirse observado por los suyos. Y Kaká amenazó con recuperar las carreras de obstáculos que le hicieron grande en el Milan. Se le atascaban a la segunda entrada de un futbolista del Athletic, pero recibió el premio de dos goles, aunque fueran de penalti.
La alineación de Mourinho, que parecía un manifiesto de rendición, afectó más al Athletic que al Real Madrid. Se quedaron sin referencias los rojiblancos, sin un enemigo al que odiar, sin nadie contra quien dirigir su rabia. Y se borraron. No existió el equipo de Caparrós, sin fútbol y sin nada que pudiera compensar esa ausencia. Ni siquiera las ganas que se le suponen al Athletic y a los equipos que entrena Caparrós.
El Athletic desapareció en medio de un despiste eterno, con una defensa muy adelantada que era un regalo para Di María. Porque Mou se lo guardó casi todo, pero dejó al argentino afilando la banda izquierda. Y desde allí construyó el Madrid su victoria a la carrera. Provocó dos penaltis, las dos alegrías de Kaká, y pudo dar alguna más a Higuaín, pero el «Pipita», que se está recuperando todavía, no estaba acertado.
Iraizoz llegó tarde en el primer penalti, arrolló a Di María en la búsqueda del balón. En el segundo, Castillo quedó en ridículo ante un quiebro del argentino. Lo dejó roto y su única ocurrencia fue empujarlo cuando caía al suelo por culpa del engaño del extremo madridista.
Hubo cuarenta minutos de juego de diferencia entre los dos penaltis. Cuarenta minutos rellenos de nada para el Athletic, que ni siquiera fue capaz de encontrar la cabeza de Llorente. Albiol y Garay lo tenían controlado y Casillas vivía el partido con tranquilidad.
Hace tiempo que San Mamés ya no da miedo al madridismo. Y la escenografía de ayer no ayudaba a los locales. La luz del sol alejó el ambiente del de aquellos enfren-tamientos épicos de Stielike con la afición bilbaína en los primeros tiempos de Clemente. Tampoco el riego del césped fue una ayuda como era en otros tiempos. Daba la impresión de que el único efecto del agua era acelerar los contraataques madridistas. La intensidad de las contras aumentó con la entrada en el campo de Cristiano.
El partido estaba resuelto, no había exigencias, y el portugués tuvo algo más de media hora de entrenamiento oficial. Tiempo para coger la forma y subir la moral. Porque también tuvo su gol. Hizo un quiebro a Sanjosé en el costado izquierdo del área y mandó la pelota al ángulo contrario de la portería de Iraizoz.
Tuvo más oportunidades el Real Madrid, que aprovechó los últimos minutos del partido para evitar que sus habituales titulares no se oxidaran en el banquillo. Además de Cristiano, entraron Xabi Alonso y Carvalho. Marcelo, Özil y Adebayor necesitaban más el descanso que sus compañeros y tuvieron que aguantar hasta el minuto 90 al lado de su entrenador en el banquillo. Fue un buen día para el Madrid. Sus futbolistas pudieron tomar el sol mientras jugaban al fútbol en San Mamés sin preocuparse de mucho más.
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