Literatura

Palma de Mallorca

Versos vivos

La Razón
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La cada vez más necesaria criba, propuesta por Gombrowicz (en un mundo en creciente «bumbumanización» o pueril impostura), entre quienes de veras son poetas y quienes sólo están poetas, la supera con creces Miguel Ángel Velasco (Palma de Mallorca, 1963 - 2010), de cuya muerte repentina se cumplieron dos años el 1 de octubre. Este extenso y grávido libro, que agrupa sus cuatro últimos poemarios inéditos, se sitúa, para decirlo con su verso, «donde el mundo no hace pie», y da cuenta de una enjundiosa voz polifónica, sin eco alguno, a la vez personalísima, desde el tuétano, y despersonalizada; como si más allá de la ambición biedmiana de «ser poema», Velasco aspirara a ser poesía. En él, juega al escondite con la muerte, como explica en el prólogo Isabel Escudero, a quien el poeta le confió su texto con un enigmático «por si acaso». Y, como subraya Agustín García Calvo, nos ofrece «la memoria viva de lo que se podía palpar y se nos roba de entre los dedos». En la premonitoria despedida de «Epílogo», alguna huella sonora de Biedma se subsume en su devoción a Claudio Rodríguez. Poeta precoz y ampliamente galardonado, Velasco posee una voz irreductible; es una esponja de personalísima intertextualidad en carne viva, que lo mismo saca a flote el pecio de «El barco ebrio» de Rimbaud que enarbola poemas de denuncia civil, en perpetuo brindis con los marginales y los lunáticos.