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ANÁLISIS: Qué tiene que decir aún el cine mudo por Javier Ors
l ¿Por qué la Academia de Hollywood ha premiado una película muda francesa?
–Que «The Artist», de Michel Hazanavicius, haya conseguido alzarse con las máximas categorías de los Oscar, denota, entre otras cosas (aparte de su factura y méritos), la sequía de guiones que en la actualidad padece Holly-wood para crear obras innovadoras. La falta de ideas originales ha hecho que sea Francia, con una película muda (sus testimoniales frases en inglés es lo que ha permitido que pueda competir de igual a igual con el resto de producciones en esa lengua), la primera nación que rinda homenaje al cine de esa época, adelantándose a los propios americanos. Cada vez es más recurrente y fácil presenciar cómo la Academia premia trabajos procedentes de Europa. Un síntoma de que el viejo continente tiene propuestas nuevas y originales. Y allí escasean.
l ¿Es «The artist» un homenaje al cine mudo americano?
–Más que al cine mudo que todos recordamos hoy, «The Artist» evoca, sobre todo, a Fred Astaire y Ginger Rogers. No tiene demasiado que ver con la cinematografía de Chaplin, Murnau, Pabst, Eisenstein o Griffith, entre otros. No puede compararse a «Metrópolis», «Nosferatu» o «El gabinete del doctor Caligari». El argumento del actor que pasa del cine mudo al sonoro, de hecho, comparte más concomitancias con «Cantando bajo la lluvia» que con estas cintas mencionadas. Es, si se puede decir, la trampa de la película. Su pretensión, claro está, tampoco es medirse con aquellos filmes que marcaron toda una época y la forma de narrar el miedo, la inquietud, el amor, la revolución, el humor o el desasosiego. El verdadero homenaje al cine mudo seguirá siendo, sin duda, «El crepúsculo de los dioses», de Billy Wilder, que, curiosamente, ha citado Hazanavicius, lo que no es muy original, porque ya lo hizo Fernando Trueba cuando recogió su Oscar por «Belle Epoque».
l ¿Qué tiene que aportar el mudo en la actualidad?
–«The artist» demuestra que las imágenes, sin el apoyo de diálogos, todavía tienen mucho que aportar al cine. Aún son capaces de conmover y relatar una historia sin palabras. En esta época audiovisual, de abundancia de imágenes, es sintomático el tremendo vacío que se ha apoderado de la narrativa cinematográfica, llena de explosiones, efectos especiales, montajes frenéticos y planos inmediatos. Quizá ha llegado el momento de devolver reposo y sentido a lo visual. En esta línea habría que mencionar, guste o no, el reciente intento de Terrence Malick, con «El árbol de la vida», que ha pasado de puntillas por esta edición de los Oscar, de dotar de impresiones, y su capacidad para conmover y asombrar, a las imágenes por sí solas para contar una historia sin necesidad de recurrir a muchas palabras. Existe otro ejemplo que vaticinaba esta tendencia: «El gran silencio», de Philip Gröning, un documental de 164 minutos rodado en un monasterio cartujo.
l ¿Tiene mucho recorrido esta nueva tendencia?
–De momento, hay un caso flagrante. Y en nuestro propio país. Me refiero a «Blancanieves», de Pablo Berger. También es muda y también está rodada en blanco y negro. Hay que matizar que esta película, más que apuntarse a la moda del cine mudo, es un proyecto anterior, que proviene de 2005. Pero nadie sabe cuál será su recorrido. Se presume corto, aunque películas con escaso diálogo las ha habido siempre. Y han funcionado muy bien con el público. Un ejemplo: «El guateque», con Peter Sellers, aunque existen diálogos, también hay bastantes secuencias en las que apenas existen conversaciones entre los intérpretes.
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