Lorca

El jurado

La Razón
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Mientras Cannes se rinde ante las bellezas de las actrices que lo pueblan en estos días, y Lorca se debate entre cascotes y edificaciones con punto rojo, una mujer es declarada no culpable de la muerte de su maltratador, su marido durante veintitantos años, a quien le asestó una puñalada, o varias, no sé, harta ya de tanta humillación, de tanta tortura y palizas. Si dejamos hablar a nuestro corazón, no dudamos que, puestas en su caso, también empuñaríamos el cuchillo y lo clavaríamos allí donde más daño se le hiciera al tirano, pero esto no es la selva, esto no es la guerra y el sentido común se inclina más hacia un razonamiento que nos lleve, primero que nada, a no aguantar esas dos largas décadas sufriendo el maltrato, ni siquiera dos años o dos meses: existen mecanismos adecuados para denunciar los malos tratos, la tortura psicológica y física a la que muchos someten a su pareja. Éste al que nos referimos, y que está ya bajo tierra, era alcohólico, y su conducta era la propia de quienes ya tienen predisposición hacia la agresividad, potenciada por la borrachera de cada día. Con estos mimbres no dudamos que el cesto es de un tamaño inmenso y de esta forma, el jurado popular decidió la inocencia de esta pobre mujer. Pero el homicidio está ahí y yo hubiera preferido que la liberación de su culpa la decidiera un juez justo, no un grupo de gentes que se dejan llevar por la visceralidad. De esta forma no se crea jurisprudencia. Hay multitud de atenuantes para que ella no vaya a la cárcel. Una enfermera, un cajero de supermercado, un ingeniero, ¿pueden decidir la culpabilidad o inocencia de alguien? Se abre el debate.