Murcia
Ellas por José Muñoz Clares
Ellas se mueren menos (bueno, se mueren igual pero más tarde, lo que permite sostener que se mueren menos) dejando claro como la luz que tienen vocación de viudas desde bien pequeñas, y hasta de huérfanas, sobre todo cuando la hija mayor de uno, a los tres o cuatro años, le suelta aquello de «papá, cuando te mueras, quiero que tu moto sea para mí». Lo que no sabemos es cómo consiguen durar más que nosotros con los disgustos que, según ellas, les damos. «Ná más me das que disgustos» suelen reprocharnos, y no es verdad porque les damos muchas más cosas, disgustos aparte. Lo cierto es que les damos tanto (además de disgustos) que hay quien sostiene que la falta de desgaste en asuntos de tráfico marítimo (marital dicen los cursis) es una ruina para nuestra salud y, a la larga, lo que reduce nuestra esperanza de vida. Es sencillo: ¿quién tiene que dar vueltas y vueltas antes de atravesar la tuerca? El tornillo (y ustedes disculparán el símil, tan de taller mecánico), por eso las tuercas duran más, se pasan menos y si se alían y van dos a contratuerca, dejan al tornillo preso para toda la vida a falta de dos llaves inglesas bien manejadas en sentidos opuestos para liberar al pobre tornillo de la presa de que son capaces dos tuercas bien conjuntadas. A veces la presa la hacen entre la tuerca principal o legítima y la secundaria o suegra; también las cuñadas suelen ayudar a llenar el fardo de culpas que los hombres llevamos a cuestas desde aquello que nos dijo nuestra madre para acojonarnos: «el día que yo falte os va a sacar la mierda a la calle». Ahí vimos la luz: seremos indigentes, Diógenes a nuestro lado parecerá un repulido, no habrá pasta de dientes ni papel higiénico, no habrá ni cerveza (horror); y todo eso mina mucho la salud de los pobrecitos hombres. Y por eso ellas duran más. Por lo malas que son.
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