Beirut

La paz imposible

La Razón
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En agosto de 2000, Bill Clinton rozaba conseguir la paz en Oriente Medio con las yemas de sus dedos en Camp Davis, donde ejercía de mediador hospitalario entre Yaser Arafat y Ehud Barak. Lo cortés no quita lo valiente y el líder palestino estaba muy trabajado por Miguel Ángel Moratinos, que había hecho la planimetría del reparto de cada barda, acequia, pozo y hasta de cada sendero. Barak era un primer ministro sólido y líder indiscutible del laborismo israelí. Héroe sin tacha, había vivido en Beirut vestido de mujer y continúo siendo el militar israelí más condecorado de su Historia.
Los vídeos de la época les muestran intentando cederse el paso en el rancho presidencial con esa torpeza masculina que acaba en palmetazos y empujones. Arafat aceptó verbalmente y cuando llegó a Gaza se retractó de todo lo pactado. En sus memorias, Bill Clinton supone que tuvo miedo a ser otro Anwar el Sadat y ser asesinado a manos de los palestinos radicales.
El presidente norteamericano, Barack Obama, necesita un éxito e intenta repetir la reunión de Clinton, pero en un paisaje desesperado. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, tiene una pierna en la extrema derecha de su país, y a Abu Mazen, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), refugiado en Cisjordania, le falta la mano de Gaza, dominada por la organización terrorista Hamas. Aunque Jerusalén renuncia a expandir el asentamiento judío, su exigencia de un Estado palestino desmilitarizado no es equitativa. Con esas mimbres no se hace ningún cesto.
La irritabilidad de Irán y las crecientes dudas de Turquía sobre su doble personalidad occidental y musulmana complican que el conjunto del islam pueda aceptar el derecho de Israel a existir en convivencia con un Estado palestino. La repetición de la reunión de Camp David sólo dará para las páginas de los periódicos.