Historia

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Rafael Nadal desde el cariño

Rafael Nadal desde el cariño
Rafael Nadal desde el cariñolarazon

Nos iluminas

Hace bastante tiempo, siendo un adolescente, el sobrino de Nadal-el-del-Barça asombró a los pocos aficionados que estábamos presentes en el Challenger del Tenis Betis. Fue sorprendente comprobar la fuerza interior que podía atesorar un crío, un mocoso de quince años que se comportaba en la pista como un gurka nepalí en el campo de batalla. No había que ser un lince para darse cuenta de que estábamos ante el nacimiento de un fenómeno. Entre otras cosas, porque los introducidos en el mundillo del tenis lo conocían de sobra. Ahora bien, mentirá quien diga que imaginó que Rafa Nadal llegaría un día a alcanzar la dimensión universal que ha adquirido porque ningún ser humano en la historia del deporte ha trabajado tan tozudamente su condición, hoy incuestionable, de leyenda. Ha habido, y habrá, mejores tenistas que él. Es imposible hallar un atleta tan ejemplar.
Si la altura de un ser humano se mide por el tamaño de sus enemigos (afirmación engañosa falsamente atribuida a Napoleón), Rafa Nadal es el más grande de la historia del tenis porque se ha medido, muy a menudo con éxito, al más fabuloso tenista que han contemplado los siglos: Roger Federer. Esa bellísima rivalidad, de la que el mallorquín ha ido emergiendo poco a poco vencedor, no sólo lo ha elevado a la cima de su deporte, sino que nos ha revelado a un personaje encantador, educado, limpio como un bebé recién salido del baño, humilde... Nos ha enseñado que el buen tipo persiste pese a la corte de aduladores que rodean al deportista joven, rico y famoso: un cóctel que malogra a tantos. ¿Verdad, Maradona? ¿Verdad, Fernando Alonso? Me quito el cráneo, campeón.
Lucas Haurie


No es lo mismo

Se iba este fin de semana mi vecino a ver a Rossi a Alcañiz, y lo hacía con una preciosa camiseta de Bob Esponja. Me lo encontré en el garaje y estaba el tío tan feliz que, en la sonrisa, le noté un espacio interdental en el que le cabía una pelea de perros, y en la oreja, un arete. Bob Esponja y Rossi son amarillos, delirantes, geniales, bastante parecidos, la verdad, y los dos me encantan, les encantan a muchos españoles, aunque ninguno de los dos sean compatriotas. Es español Pedrosa, claro, pero, con todos mis respetos, aburre a un camello; y lo es Lorenzo, y con todos mis respetos también (porque no hay más remedio), carga. Es cargante a más no poder el chiquillo. Es español Fernando Alonso y sus «poles» y triunfos no voy a decir que me dan igual, aunque las sensaciones ante sus carreras en el Mundial de Fórmula 1 son parecidas a las que me provocan los éxitos de Webber. Ni siento ni padezco. Son españoles Verdasco y Feliciano, y no es que me den igual, es que me dan cosica. Cuando Verdasco dijo aquello de «sueño con el Premio Príncipe de Asturias», me pareció la criatura tan pequeña que me dio vergüenza de madre. Lo de Feliciano no es sentimiento maternal, es directamente, chufla. Siento ser tan sincera y se que esto me costará el rechazo de muchos lectores. O bien porque sean partidarios de mis ignorados, o bien porque crean que por ser españoles no puede haber fisuras. Nadal está por encima de todos ellos. Quizá sólo al nivel de Miguelón, de Pau Gasol. Ellos están por encima de discusiones y de mezquindades. Nadal es otra cosa, otra galaxia. Es, sobre todo, de una normalidad que apabulla. Celebremos su alegría, siempre un orgullo para el resto.
María José Navarro