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La Razón
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En octubre de 2008, Raúl Castro Ruz, hermanísimo del comandantísimo, invitó a José Luis Rodríguez Zapatero a visitar Cuba. El ministro Moratinos se precipitó a proclamar la disposición del presidente a realizar el viaje el año siguiente, pero Zapatero le pisó el freno con una de sus desautorizaciones legendarias. «Es un proyecto que ya veremos si se consuma», dijo. La frase del presidente coincidió con esta otra del entonces ministro de Exteriores –y esperanza blanca– del régimen cubano, Pérez Roque: «Que nadie se haga ilusiones sobre la renuncia de Cuba a su modelo democrático». Cinco meses después, Pérez Roque fue apartado del cargo por hacerse ilusiones sobre la pésima salud de Fidel Castro. Casi dos años después, el proyecto de viaje no ha sido consumado. El castrismo nunca estuvo entre los referentes ideológicos de Zapatero, por más que su inicial fijación por desterrar cuanto oliera a Aznar le llevara a aparecer, en un error de cálculo infructífero, como abogado (por omisión) de un régimen anacrónico. Persuadido de que la transición es un camelo, el Gobierno español se afana ahora en obtener la libertad de un grupo de presos políticos enfermos. Bienvenido sea el empeño y ojalá se vuelva Moratinos con el trabajo hecho, aunque mi alergia por el lenguaje diplomático me impida entender qué significa «acompañar» el diálogo entre el Estado y la Iglesia cubana o cuál de los dos interlocutores, Raúl y el cardenal, ha requerido la presencia de acompañante. Hay motivos sobrados para celebrar, si se produce, la excarcelación de estas personas. No los hay para reconocerle al régimen mérito alguno, ni para agradecerle nada, ni para celebrar una supuesta apertura que no pasa de ser coartada para mantener ilesa, otra década más, la cerradura. También Fraga presumió de haber «conseguido» la libertad de doscientos reclusos el día que se abrazó con Raúl Castro (mayo de 2005) en su despacho de San Caetano. El orgullo por la liberación de algunos no deja de ser el reconocimiento de que aún nadie ha conseguido la libertad de todos los cubanos. La Comisión de Reconciliación Nacional de la isla, organización que aboga por el derecho a decidir en libertad, informa de que el número de presos politicos es el menor de los últimos cincuenta años (desde que Fidel bajó de la Sierra Maestra prometiendo el regreso a la Constitución del 40, partidos políticos plurales y elecciones democráticas). Hoy «sólo» hay 167 encarcelados por discrepar del régimen, aunque aclare la Comisión que es porque van cumpliendo sus condenas, no porque el régimen haya abierto la mano. Aun se rebajaría más el número si tanto contrarrevolucionario a sueldo de Washington decidiera morirse para hacer hueco en las cárceles a otros miserables como ellos, diría Granma en portada si recibiera el encargo. En coherencia con el travestismo oportunista que lo tornó de revolucionario en déspota, Fidel ha rizado el rizo del autoritarismo uniformado inventando la primera dictadura que, en lugar de un dictador, tiene dos: la fraternal comunión de intereses de los hermanos Castro. Hoy liberan presos. Mañana ordenarán otra redada.