Londres
El polvorín del Chelsea
Recibí seis postales de Helen y Harry, diez días desaparecidos. Del National Gallery, de Picadilly Circus, de Hyde Park, del Royal Albert Hall, de la Torre de Londres y, la última, de Stamford Bridge. Todos, lugares emblemáticos, pero el campo del Chelsea... Es posible que visitaran los primeros cinco sitios; no descarto que adquirieran las reproducciones en la recepción del hotel y las enviaran para dejar pistas falsas sobre su paradero. Helen escribía cariñosas banalidades que me hacían cosquillas en el estómago y que también firmaba Harry, para quitarme el hormigueo, supongo. Sin embargo, la foto del campo del Chelsea no tenía sentido en el supuesto recorrido cultural de la pareja por la capital del Támesis. Lo comprendí cuando leí el dorso, y me sentí culpable por pensar que su relación con la cultura no era sino esnobismo. «Como decís en España, Villas-Boas no se va a comer el turrón. Mientras hacíamos cola para adquirir las camisetas de Mata y de Torres, escuchamos a los empleados de la tienda del club que a Fernando le están haciendo la cama –se dice así, ¿no?– Drogba y Lampard, que tienen acongojado al entrenador y son ellos quienes hacen las alineaciones. Contaban que Abramovich, con quien tenemos intención de cenar, y se lo preguntaremos, se siente defraudado por el técnico portugués, un pelele en las garras de los capos del vestuario, y le ha dado un ultimátum para poner orden en la caseta y sacar brillo a los casi sesenta millones de euros que costó Torres. Atento, pues. Un beso, Helen. Un abrazo, Harry». Oído, cocina.
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