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Para algunas personas, la religión es la posibilidad de acceder a Dios. La religión anula los obstáculos que nos separan de Dios, nos permite dirigirnos a él y escuchar su llamada de amor. Algunos comentaristas han insistido en que esto es lo más notable de la Carta a los Hebreos, uno de los grandes textos de las Sagradas Escrituras, que cobra un significado especial en estos días en los que celebramos el nacimiento de Jesús y en los que también, como en los tiempos en los que fue escrito aquel texto, volvemos a ser testigos de la persecución de hermanos nuestros, acosados por el solo hecho de ser cristianos. El autor de la Carta a los Hebreos, que escribía un griego exigente y elaborado, se esforzó por integrar el mensaje evangélico en una tradición judaica. No lo tenía fácil –y lo sabía– porque lo que quería explicar era la novedad de lo que él llamaba el sacerdocio de Jesucristo. Cristo, del que el autor de la Carta rastrea algún antecedente en el Antiguo Testamento, renueva la antigua revelación de Dios a su pueblo y al mismo tiempo, la supera. Una vez que hemos conocido su presencia en el mundo, como recordamos estos días, todo el antiguo aparato de intermediación se vuelve innecesario: el nuevo sacerdocio instaurado por Cristo, y con él la Iglesia cristiana, es testimonio de ese llamamiento a conocer a Dios, que es tanto como amarlo. Al mismo tiempo, Dios hecho hombre en Jesús nos enfrenta a lo más profundo de nuestra naturaleza, a nuestra humanidad. Lo que era la religión del pueblo elegido se transforma en la religión de todos los seres humanos, definidos por la capacidad universal, abierta a todos, de acceder a Dios. No hay un mensaje político en el cristianismo, como dejó bien claro Jesús con sus palabras y con su vida. Sin embargo, hoy que estamos volviendo a las viejas tentaciones de parcelar la humanidad en universos culturales cerrados en ellos mismos, ajenos a los demás, el mensaje primero del cristianismo cobra un significado que creímos olvidado y que no es del todo ajeno al de los tiempos de las primeras persecuciones.