Caracas

Fallece Pepín Martín Vázquez

La Razón
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«Quietud en movimiento», así describieron las crónicas en la primavera de 1946 a un matador andaluz que bordó el toreo en Madrid. Pionero de la hierática quietud que algunos matadores exhiben hoy delante de los astados, el mundo del toro perdió ayer a uno de los más grandes, Pepín Martín Vázquez, fallecido a los 83 años en su Sevilla del alma, la misma que alumbró a una de las sagas más toreras de la Historia, la de los Martín Vázquez de la Macarena.


Una dinastía iniciada por los hermanos Manuel y Francisco Martín Vázquez, conocido como el señor Curro, padre del hoy tristemente desaparecido. Paradojas del destino, la vida del maestro sevillano marchitó a comienzos de una temporada que también verá agonizar allá por Otoño, y tras ser prohibidos el pasado verano, La Monumental de Barcelona. El mismo coso en el que José Martín Vázquez Bazán tomó la alternativa el 3 de septiembre de 1944, cuando Domingo Ortega le cedió la muerte del zaíno «Partidario» de Alipio Pérez Tabernero en una corrida monstruo en la que también estaban anunciados Pepe Luis Vázquez y Carlos Arruza. Un año antes, el 27 de febrero, también en la Ciudad Condal se había presentado con los del castoreño.

Atrás había quedado su entregada y prácticamente predestinada vocación, que comenzó a ejercer como becerrista y que le vistió por vez primera de luces en la Cehegín natal de otro Pepín ilustre, Liria. Pese a ser el menor de sus hermanos, Martín Vázquez se abrió paso de manera meteórica.

Con tan sólo catorce corridas en el esportón, inauguró 1945 con un arrollador triunfo en la Feria de Abril. Días después, el 27 de abril, confirmaba con éxito su doctorado en Madrid frente a reses de María Montalvo en compañía de Pepe Bienvenida y Morenito de Talavera. Ambas tardes fueron el preludio de una campaña que cerró con 60 festejos en los que dejó un ambiente inmejorable entre la afición española y mexicana, donde pasó todo el invierno toreando tras cruzar el Atlántico.

Pero, como a tantas otras figuras del toreo, a este adelantado a su tiempo y genio del natural, también le sobrevino la hiel tras la miel de los triunfos. Un toro de Fermín Bohórquez le hirió grave en la fosa ilíaca derecha durante uno de sus paseíllos en Madrid del año siguiente. Pese a todo, el sevillano que cargaba la suerte como pocos logró alcanzar el medio centenar de tardes.

Desafortunadamente, la de Las Ventas no fue la única cornada de un matador que personifica mejor que nadie la verdad de esta profesión. Rotundos triunfos manchados por un reguero de sangre que terminó por ahogar su descomunal proyección. En agosto de 1947, un burel de Concha y Sierra lo hiere de gran consideración en el muslo. Ahí, en Valdepeñas, quedó anclada la cúspide de su Arte. Un declive en caída libre por nuevos y constantes percances posteriores.

Cortó esa temporada y no volvió a pisar el albero hasta mayo de la siguiente nuevamente en esa Barcelona que tanto supuso para Pepín Martín Vázquez, que rebasó la treintena de corridas. Entre medias, eso sí, una nueva cogida en la axila, víctima de un toro de Buendía. El año siguiente, el percance llegó en la charra Peñaranda de Bracamonte. Hace las Américas en busca de mejor fortuna, pero en Lima (Perú), un pitón vuelve hacer carne al niño del señor Curro.

Tras tomarse 1951 para la reflexión y lidiar una docena de festejos en el 52, el genio andaluz colgó los trastos definitivamente el 22 de febrero del 1953 acartelado en Caracas (Venezuela) con Jumillano y César Girón.

Apenas una decena de años sobre los ruedos en los que dejó la estela y el aroma de la fina escuela sevillana. Toreo vistoso, alegre y engalanado, perfectamente enjugado con una fría sobriedad que no le impidió convertirse en uno de los más aclamados y queridos de la época. Un merecido populismo que personificó merced a su papel en la magistral película Currito de la Cruz y que, de hecho, aún sigue bien presente a día de hoy en la memoria del mundo del toro que venía reclamando en los últimos meses la concesión de la Medallas de las Bellas Artes.

Sevilla, Barcelona, Madrid, España entera, América... Todos lloran al genio torero más batallador, heroico ante mil y una cornadas, hasta que la más dura, la de la muerte, nos arrebató para siempre a la sublime quietud en movimiento.