Crítica de cine
Casino de caballeros
No sé tanto de él como para considerarlo un hombre de inteligencia privilegiada, ni tan poco que vaya a descalificarle diciendo que es un tipo con las luces de un topo. Tampoco merece que se despache su imagen pública diciendo que el traje le sienta mejor que hace cuatro años y que gracias a cierta elasticidad de movimientos se ha desprendido en parte de su imagen de señor antiguo en cuyo rostro algunos creyeron ver con malicia la actitud ensimismada y distante de alguien que sólo se siente seguro mientras permanece hundido en el sillón orejero del casino de caballeros, aguardando a que la lluvia disperse de la calle a esa vieja turba obrera que lo que pretende –dice el servil camarero del casino– es que el sudor rampante y correligionario de la horda roja inunde esos salones artesonados y clasistas en los que todavía se conserva la distintiva higiene onomástica de los sagrados apellidos de los ricos y el rigor casi heráldico de sus cálculos biliares. Aunque lejos de ofrecer la imagen de uno de esos políticos norteamericanos que conservan juntos el empaque pedagógico-deportivo de Harvard, Mariano Rajoy es ahora un hombre distinto, menos frío y antibiótico, que a mí me parece que sería capaz de comerse una sardina con las manos sin correr a confesarse acuciado por la vaga sensación venérea de haber cometido sexo oral husmeando a una sirena con las escamas de lencería. En su debate televisivo con el candidato socialista se le vio desenvuelto, casi jovial, con exhibición de cifras y frases, rápido de reflejos, con cierto aire de tenista, mientras Rubalcaba empezó vacilante, descompuesto, con el cuerpo dos tallas más pequeño que el traje, igual que un «boy scout» asomando en la garita de un guardia civil, delatado en su angustia por el rostro destemplado, con la fotogenia pasada de revelado por culpa de la quemadura radiante de la incertidumbre, asustado y perplejo, como un mago al que la paloma de la chistera tuviese que recordarle el truco. ¿Influirá todo eso en el electorado? Yo no lo creo, ni siquiera en el caso de que cierto sector del electorado femenino se deje seducir en principio por la vistosidad física de los aspirantes porque al final echan cuentas y saben que lo que necesita España es un presidente sensato, no un amante incansable. Por eso es importante esa nueva imagen más distendida y cercana de Rajoy, que le retrata más como hombre de Estado que como un galán del western. A diferencia de lo que me pareció en el debate con Zapatero, tan confesional y diocesano, tan sacristán, ahora por fin Mariano Rajoy es un hombre de Estado, no un anticonceptivo.
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