Pekín
Liu Xia: «Ayúdenme a comunicarme»
«Los vecinos aquí no quieren dar entrevistas a periodistas», reza un cartel escrito con caracteres chinos, colgado en la entrada de un complejo residencial de Pekín. Al otro lado de la valla se encuentra la casa donde residía el Nobel de la Paz, Liu Xiaobo, antes de ser condenado a 11 años de cárcel. Su esposa, la artista Liu Xia, sigue viviendo ahí y, aunque no se la acusa oficialmente de ningún cargo, las autoridades la mantienen bajo arresto domiciliario desde el pasado día 8
Varios policías, vestidos de paisano, pero con escaso talento para la interpretación, fingen indiferencia alrededor de la entrada. Con el rabillo del ojo, vigilan que ningún desconocido cruce el umbral, especialmente la decena de reporteros extranjeros que hacen guardia. Cualquier intento de colarse es frenado por los porteros del recinto. «La única manera de hablar con los vecinos», dicen una y otra vez, «es llamándoles por teléfono». Algo imposible en el caso de Liu Xia: su móvil ha sido inhabilitado. Con la excepción de la «excursión» organizada para ver a su marido el domingo, la artista permanece aislada en su casa. Sólo se ha comunicado con el exterior a través de Twitter, en un mensaje en el que se queja de su situación: «Desconozco cuándo podré veros a todos (…) Por favor, ayúdenme a comunicarme». Liu Xia nació en 1959 y conoció a Liu Xiaobo en los años 80, cuando ambos frecuentaban los ambientes artísticos de Pekín. Su militancia política no es de primera línea, pero siempre ha afrontado las consecuencias de vivir junto a una persona que lleva dos décadas jugándose el tipo por sus ideas. Lo tuvo que ver claro el día de la boda, celebrada mientras el Nobel cumplía condena en un campo de reeducación.
Entretanto, China siguió cuestionando ayer el galardón y canceló sin explicaciones una reunión en Shanghai entre los ministros de pesca de Noruega y China. La propaganda insiste en que este premio es un reflejo del «extraordinario terror de Occidente al auge de China y el modelo chino (…) que acabará con la hegemonía occidental». Frente a las condenas internacionales, a las que ayer se sumó el Dalai Lama, a Pekín le salió un defensor. El presidente venezolano Hugo Chávez envió su «solidaridad al Gobierno chino» y gritó: «¡Viva China!».
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