Literatura

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Entereza editorial

La Razón
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Para mí es un honor y un placer escribir en este periódico, como en distintas medidas lo fue antes en los otros diarios en los que se me permitió firmar. Ni que decir tiene que realizo mi trabajo con absoluta libertad y no recuerdo que ninguno de los directores que conocí aquí se haya dirigido a mí para algo que no fuese interesarse por mi salud o para felicitarme la Navidad. La verdad es que yo no soy la clase de columnista que plantea problemas y hago mi trabajo sin incordiar a nadie, pensando en que al final lo que cuenta en este oficio de columnista es que el lector no bostece al final de la tercera línea. Como soy poco analítico, nunca supe muy bien de qué clase son mis lectores, ni tengo la más remota idea de qué podría hacer para tenerles más contentos de lo que ni siquiera me consta que estén. A lo mejor hasta es una suerte carecer de una referencia que podría condicionar mi manera de escribir para convertirla en una mercancía más fácil de colocar en el mercado. Yo escribo según mis propios criterios y ni me planteo siquiera hacer retoques para resultar más seductor en el quiosco. No creo que en este sentido deba tener las mismas preocupaciones que el tipo que vende azúcar y averigua qué clase de envase podría gustarle más al cliente potencial. Algo ha de hacer el columnista para que su oficio se distinga con claridad de la sastrería. Yo sé que la gente es muy susceptible y cree que hay columnistas que escriben al dictado de intereses que ellos mismos consideran inconfesables.

Sin ánimo de colgarme medallas para las que no está en absoluto pensado mi pecho, he de advertir que jamás dejé que alguien moviese mi mano a la hora de escribir. La verdad es que ni siquiera ha tenido que rechazar sugerencias. Admito que no soy un tipo de fiar y que si conservo mi honorabilidad no será sólo porque así lo haya decidido, sino porque incluso para la indignidad se necesita una disciplina de la que admito carecer. En este país se editan unos cuantos miles de novelas cada año. Como es de suponer, en cuanto a calidad hay de todo. Algunos autores escriben novelas de encargo que luego se comercializan como simples refrescos. A menudo se trata de escritores abnegados y tenaces que cumplen sus compromisos. Tampoco sería ése mi caso. Como no me hago ilusiones y carezco de amor propio, no me importa reconocer que mi idea del éxito editorial es que alguien me ofrezca una buena suma de dinero por el previsible acierto de no escribir mi primera novela.