Ciudad del Vaticano

«Nunca perdí la fe en Dios»

El Vaticano da voz a las víctimas de abusos sexuales para elaborar estrategias que permitan frenar esta lacra

«Nunca perdí la fe en Dios»
«Nunca perdí la fe en Dios»larazon

«Lo mejor de mi vida comenzó cuando mi agresor fue llevado ante la Justicia». La segunda jornada del simposio sobre los abusos sexuales a menores cometidos por clérigos que se está celebrando en la Pontificia Universidad Gregoriana alcanzó ayer su punto álgido con el testimonio de la irlandesa Marie Collins, quien fue víctima cuando tenía 13 años de un sacerdote pederasta. Superiores de 30 congregaciones religiosas y representantes de las conferencias episcopales de 110 países escucharon sus palabras, en una nueva muestra de la determinación de la Iglesia por lograr que estos delitos no vuelvan a repetirse.

Collins contó el enorme sufrimiento que le provocaron los abusos y cómo éstos han marcado su vida. «La sensación constante de culpa e inutilidad me llevó a una profunda depresión y a tener problemas de ansiedad que llegaron a ser lo suficientemente graves como para requerir tratamiento médico. Hospitalizaciones largas por causa de la depresión siguieron y esto me dejó incapaz de seguir una carrera», contó.

Collins, de 65 años, aseguró que lo que le ocurrió «no ha tocado» su fe en Dios, aunque para recuperar el respeto por el «liderazgo» de la Iglesia católica pide un «reconocimiento por los daños y la destrucción que se ha hecho a las víctimas y sus familias por el encubrimiento». En su opinión, «pedir perdón no es suficiente». En los mismos términos se ha expresado en numerosas ocasiones Benedicto XVI, quien en su mensaje a los participantes en el simposio pedía que «la curación de las víctimas» fuese una «preocupación primordial» en la comunidad cristiana.

Justicia para las víctimas
Una vez condenado su agresor, esta mujer irlandesa ha dedicado su vida a colaborar con su diócesis y con «toda la Iglesia católica» de su país para proteger a los menores. «He utilizado esos años para participar en el trabajo por la justicia de los sobrevivientes y he hablado a favor de una mejor comprensión del abuso infantil para mejorar la protección de los niños. Mi vida ya no es un terreno baldío. Siento que tiene sentido y vale la pena», explicó.

Para Collins, el hecho de que su agresor fuese el capellán del hospital donde había sido ingresada significaba añadir sal a la herida. «Yo había aprendido que un sacerdote era el representante de Dios en la tierra y por lo tanto automáticamente tenía mi confianza y respeto. Los dedos que abusaban mi cuerpo la noche anterior eran los mismos que me ofrecían la sagrada hostia la siguiente mañana», relató. Como tantas otras víctimas, Collins también se quejó de la actitud de la jerarquía eclesiástica cuando denunció a su agresor. «El sacerdote que había abusado sexualmente de mí estaba protegido por sus superiores. Estos hombres pueden abusar por toda su vida dejando tras de sí un rastro de vidas destruidas», lamentó.

La psiquiatra británica Sheila Hollins, experta en el tratamiento a personas que han sido víctimas de abusos, presentó a Collins y subrayó durante su intervención que el sufrimiento por estos delitos se ha visto agravado debido a la falta de reconocimiento de culpa por parte del agresor y por el encubrimiento de buena parte de los superiores eclesiásticos.


«No habrá refugio en la Iglesia para los abusadores»
El sacerdote Stephen J. Rossett, experto en la prevención de abusos sexuales, repasó en el simposio los errores «típicos» cometidos en la Iglesia a la hora de afrontar esta lacra para, a partir de ellos, «erradicar este mal de la sociedad de forma proactiva» de forma que los abusadores de niños sepan «que no tendrán refugio seguro en nuestra Iglesia». El primer error que destacó fue no escuchar a las víctimas y centrarse en los acusados, «cuando esa tiene que ser la prioridad de la Iglesia». El sacerdote, quien hizo hincapié en la necesidad de denunciar ante la Justicia estos casos. Además lamentó que no se realice un examen psicosexual en profundidad de los seminaristas, así como el hecho de pasar «por alto las señales de peligro» que se pueden detectar antes de que se produzca un abuso.