Benedicto XVI

Razón y fe

La Razón
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Hay una cuestión principal que está íntimamente relacionada, muy implicada, diría, con el tema de «cristianismo y secularización» que nos ocupa ya varias semanas. Me refiero a la necesaria y complementaria aportación de los diversos modos de comprender la sociedad y la convivencia social, y la apertura de unos y otros para que en la búsqueda y encuentro de la posible armonía de la sociedad pueda crear y respetar el espacio común en que las personas puedan realizarse personal y socialmente. Uno de los motivos en que algunos apoyan sus tesis laicistas y secularizadoras es su visión de la fe como algo que de suyo conduce a la confrontación y a la exclusión; el nuevo modo de convivencia entre los hombres, se piensa, sólo podrá venir de la razón ilustrada que no tiene en cuenta a Dios, y busca cómo llegar a un entendimiento razonable y a una correcta organización de las relaciones en la sociedad basada en la razón ilustrada, con sus diversas formas y expresiones, y en el consenso social.
Para la nueva convivencia, consiguientemente para una nueva sociedad, es necesario que se proponga un cambio cultural que impida el hundimiento y derrota de lo humano y la fractura de la sociedad. El Papa Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, ofrece caminos nuevos para la superación de las aporías sociales en las que se ha visto y se ve sumergida la sociedad de nuestros días, de un modo especial la sociedad europea, tanto en lo que mira a la persona humana como a la organización de la sociedad (pensemos sólo por un instante en la fatídica sombra del nacionalsocialismo y del comunismo histórico).
Tengamos en cuenta, además, que uno de los elementos principales que conlleva la secularización generalizada de nuestro tiempo, desarrollada en lo que he denominado «laicismo ideológico», es la separación entre fe y razón. La armonía o la ruptura entre fe y razón es una cuestión que viene de lejos y que resulta especialmente urgente tanto ante las cuestiones de una nueva convivencia y sociedad como ante los interrogantes, reclamos y exigencias de la modernidad, y por la cultura secularizada y secularizadora de la Ilustración. Podríamos afirmar sin caer en exageraciones unilaterales que el entendimiento entre los espacios que se asientan en la sola razón y los que amplían el horizonte desde la perspectiva de la religión están llamados a la íntima colaboración para que la Humanidad no cierre caminos de futuro y estemos abocados a previsibles hendiduras sociales. Es necesario centrar los esfuerzos, como hace Benedicto XVI en su larga trayectoria de pensamiento y honestidad intelectual, en favorecer el acercamiento entre la visión racional o, si queremos, el mundo laico, y la perspectiva religiosa, o mejor la perspectiva creyente, para que sobre la base de una armonía con la dimensión religiosa se puedan no sólo reconocer sino cimentar los derechos fundamentales del hombre y de la sociedad; y se pueda proponer, con garantía, la realización de los mismos para la superación de las conflictividades sociales cada día más crecientes debido al rechazo de la armonía fe-razón, sin la cual no se puede establecer un auténtico diálogo en el que se engloben todas las dimensiones fundamentales del hombre.
Recuerda Benedicto XVI en Ratisbona que, actuando bajo la razón y comprometidos en el ejercicio de la responsabilidad de cada uno con el recto uso de la misma, es posible la experiencia del saber y del vivir desde la universalidad, a la par del saber y del vivir en la propia especialidad, desde lo más propio y concreto. La experiencia de la armónica existencia en la convivencia con los demás, si no queremos correr el riesgo de independizar el saber del vivir y caer en el peligro de un saber que alejándonos de la sabiduría nos sumerja en la espiral de la ideología, nos está reclamando la armonía fe-razón, la reconciliación con la naturaleza para no ser víctima de una continua aversión al Creador. A nadie se le escapa que la convivencia no es posible allí donde el rechazo del Creador hace inviable la comprensión y acogida de la creación, de especial modo de la criatura humana. Se nos impone el esfuerzo de mostrar la necesidad y la posibilidad de conciliación de la fe y la razón como respuesta a los problemas de la modernidad, como la clave existencial de comprensión de la Historia y como superación de las aporías del laicismo y de la secularización radical de nuestros días. Se debería conceder el primado a lo que aparece como indiscutible en las raíces de la Europa y América cristianas: la no ruptura de la cohesión interior en el cosmos de la razón cuando no deja de estar presente la pregunta sobre Dios –puesta en el corazón del hombre– y la respuesta de Dios mismo dada a su criatura (la Revelación). Se puede deducir del discurso de Ratisbona y de otras muchas intervenciones de Benedicto XVI, y antes del teólogo o cardenal J. Ratzinger, que es radicalmente imposible la convivencia y cohesión social si Dios es el gran ausente. El eclipse y el silenciamiento de Dios conlleva el eclipse y silenciamiento del hombre (E. Romero Pose).
Lo que está en juego en esta sociedad y cultura dominante secularizada y laicista en orden a alcanzar la justa y necesaria convivencia entre todos, es una recta visión del hombre, una consideración válida para todos de la persona en sí misma, que, en la antropología cristiana, no es inteligible sin Dios en el centro de la creación. Benedicto XVI, en su Mensaje para el primero de año de 2007 y en toda su doctrina, propone una paz, nueva, verdadera y estable, y ofrece un criterio que «no puede ser otro que el respeto de la ‘‘gramática'' escrita en el corazón del hombre por su divino Creador».