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La batalla de La Mancha

La Razón
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¿Quién dijo que en este país nos hemos olvidado de las actitudes cervantinas, de ese sentido universal de la tierra en los parajes y pueblos de nuestro mundo interior? No hay nada tan entretenido como las elecciones municipales y autonómicas, que son como esos documentales que muestran nuestros paisajes y naturaleza racial, por donde pasean esos candidatos que a veces han nacido en otras regiones y es la primera vez que pisan esos poblados ancestrales que tan profundamente llevan en su sangre por algún extraño milagro de la naturaleza política. Ya no hay tantos partidos pequeños como antes, que eran muy divertidos y que salían por reunir cuatro firmas e imperativos de la norma electoral, tipo Los Verdes Independientes por la Teocracia, y ahora nos tenemos que conformar con los aspirantes a alcaldes, asambleístas o, por qué no, presidentes, para encontrar un buen entretenimiento al hispánico modo y engancharnos a una estética y dinámica del futuro enlazado a unas buenas migas manchegas, donde sólo faltan las campañas cosidas en traje regional por ver a quién le sienta mejor. A mí, por poner un lugar de La Mancha digno de recordarse, me fascinaba el otro día ver Tomelloso, el lugar de los misterios del Comisario Plinio, de Pavón, dividido por dos simultáneos mítines quijotescos donde la mismísima Carme Chacón luchaba por uno de los últimos feudos socialistas en nombre de un Quijano Barreda, mientras al otro extremo la señora Cospedal hecha un pincel parecía dispuesta a comerse la región tan feliz y con perdiz. ¿En estos casos quién puede ganar? ¿Una catalana que aspira con el tiempo a ser presidenta del Gobierno nacional, aguerrida tanto en tratar de submarinos y envío de fragatas que en las promesas de subvención para los molinos de viento? ¿O Cospe, que promete ser el perejil de todas las salsas y estrella de estas elecciones? El asunto está a punto de morteruelo.