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OPINIÓN: Rayos y truenos
Llueve. No ha parado desde mi llegada. Me he improvisado un refugio entre las ramas. Cae desde hace meses en Andalucía un sirimiri incesante, que cala hasta los huesos. No hagan caso a los partes meteorológicos, en especial al de Canal Sur TV, porque allí no suelen decir ni pío y, cuando lo hacen, uno termina por no saber si llueve hacia abajo o desde abajo.
Griñán, acostumbrado al relato edulcorado que conviene a su soberbia, cree que el sol sale por Antequera. La duda es si lo incluyó en el Estatuto de Autonomía o si fue en un decreto del Consejo de Gobierno. Le bastaría con dormir una noche en Almería, o en Granada; pero ni así se convencería de su absurdo.
Es la misma receta, ajena a la realidad, que aplican en la RTVA. Piensan, con Campoamor, que «todo es según el color /del cristal con que se mira». Puro relativismo. Y con eso presumen de neutrales.
Nadie les dice que es mejor no legislar extravagancias. Ni crear más Observatorios de nada. Ni repetir aquella frase frívola y estulta que, según los informes que me prepararon los de Inteligencia antes de mi partida, aseguran que pronunció Griñán ante un auditorio de mujeres: «Llamadme presidenta». No me lo creo. Me van a oír esos sabihondos de Atlanta cuando vuelva. ¡Menuda ocurrencia!
Pero les decía que la lluvia es persistente. Truena sobre San Telmo desde que el escándalo de los ERE entró en el juzgado de Instrucción número 6. A estas alturas hay consejerías de la Junta que son un lodazal inmenso. De nada sirven los paraguas de los chinos. Ni los capotes rocieros.
Cada cierto tiempo sale a escena un nuevo portavoz, inmaculado y seco (ahora es Manuel Gracia), que intenta recitar los mantras de costumbre: «Están politizando la Justicia», «Alaya está en manos del PP»… Entonces, un horrible rayo (ahora es Invercaria) cruje con todo su aparato eléctrico entre las nubes y fulmina al portavoz de turno. O llega la juez, dicta en un amén un auto, encausa a otro choricete (presunto es jamón en portugués) y el cielo se derrumba sobre sus cabezas. El portavoz, empapado, corre a refugiarse: «Que salga otro, que a mí me da la risa». Quisieron correr a gorrazos a la juez Alaya. Y fue como aventar el avispero.
El poder del presidente en mi país es inmenso, superior al de los césares romanos. Sin embargo, nadie olvida una norma esencial en democracia: la supremacía del poder judicial. El presidente decide, por ejemplo, nacionalizar el acero. A renglón seguido, la voluntad del hombre más poderoso de la Tierra es sometida a la consideración de un simple juez de distrito de Washington, que emitirá su veredicto... Le sucedió a Truman, en abril de 1952. Dos meses después, una sentencia obligó al presidente a tragarse la papela completa. Y no existía aún el Omeoprazol.
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