Crítica de cine

Ridiculizando por María José Navarro

A Artur Mas le zarandearon el coche más de la cuenta y tuvo que llegar al Parlament en helicóptero.

Los diputados llegaron en helicóptero al Parlament
Los diputados llegaron en helicóptero al Parlamentlarazon

Independientemente de la fatiga que pasó durante un buen rato el president catalán y de que debió de ser desagradable, hay algo en esa escena que me resulta fascinante y que no es otra cosa que imaginar a Mas, con esa mandíbula de superhéroe tan estupenda que posee, deslizándose por una cuerda desde el avioncillo, aterrizando en la explanada habilitada con su habitual donaire y soltura sin que se le mueva un pelo y sin que la camisa se le salga del pantalón, o sea, hecho un figurín. Sé que todo fue mucho más prosaico en realidad: el helicóptero se posó en el suelo, los escoltas bajaron antes y ayudaron a dar un saltito a Artur, que se entretuvo poco y buscó estar bajo techo enseguida, pero yo prefiero la versión cómic, con Mas ataviado con una capita bajando con destreza por una soga.

Algunos de Vds pensarán que tengo muy poca vergüenza porque estoy ridiculizando la escena y no me queda otra que darles la razón. Primero, porque es mi especialidad y segundo, porque resulta facilísimo. Es facilísimo ridiculizarlo todo. Incluso, ahora que caigo, a la Policía secreta que estaba en las inmediaciones, con sus camisetas pegadas sacando provecho a las horas del gimnasio, sus cabecitas rapadas, sus cejas depiladas, sus cazadoras casual y esa pinta de malotes profesionales con pinganillo absolutamente deliciosa. Mis favoritos, no obstante, son los policías municipales de Madrid, a los que podrán distinguir entre el resto por su afición a tutear al ciudadano y a dirigirse a la gente mediante imperativos con tono avinagrado y faltón.

Voy bien, a que sí. Esto de ridiculizar está chupao, oigan. Que se lo digan a los que lo han hecho sin parar con el 15-M, que ahora deben estar contentísimos porque han conseguido lo que querían. Comenzaron a ponerle apellidos sin salir de sus casas y sin acercarse a ver la realidad, se agarraron a las versiones que les definían como grupos de antisistemas entrenados en no sé cuántas estrategias peligrosísimas y acabaron simplemente fijándose en los campamentos y en las toneladas de basura acumulada por perroflautas porreros sin oficio ni beneficio.

Gracias al censurable episodio que se produjo a las puertas del Parlamento catalán, ahora ya tienen todos los argumentos para desactivar un movimiento del que no se ha querido escuchar absolutamente nada. Bien es verdad que ese movimiento ha ido viendo cómo se diluye su mensaje, que el mensaje se ha manoseado y que el tiempo y algunos espontáneos de última hora lo único que han conseguido es que sea señalado en todas y cada una de las iniciativas más o menos acertadas que se producen, pero algo ha pasado y sería un error ridiculizar lo que hay detrás de aquella idea inicial: un grito de hartazgo.