Los Ángeles
Histórico por María SAAVEDRA
Don Juan de Palafox y Mendoza es una figura histórica que nos aproxima a los grandes hombres que protagonizaron la magna empresa de colonización y evangelización del continente americano. Palafox constituye una de las luces que enriquecen notablemente el conjunto. Sus actuaciones en México, como obispo de Puebla de Los Ángeles y provisionalmente como virrey de la Nueva España son un reflejo de la impronta que la corona quiso imprimir a los territorios incorporados a la monarquía hispánica. Hombre ilustrado, legó a Puebla una magnífica biblioteca, además de impulsar múltiples construcciones, como la catedral de Puebla.
Fue autor de varios libros, entre los que se encuentra una obra sobre las virtudes de los indios, que a mi juicio refleja mejor que ninguna otra el espíritu que movió a Palafox en todas sus actuaciones públicas, tanto en la vida eclesiástica como en el gobierno civil.
No podemos olvidar que, pese a los continuos mandatos de la corona acerca del buen trato que debían recibir los súbditos americanos, en un mundo en que el poder y el deseo de enriquecimiento eran muy frecuentes, los perjudicados eran muchas veces los indios. Frente a las ambiciones de algunos colonos, no faltaron voces que recordaban las exigencias de las leyes de las Indias dictadas desde la lejana península. Y una de estas voces que se alzaron altas, claras y sin miedo a la oposición que sabía que iba a llegar, fue la de don Juan Palafox.
Debemos partir de que cuando la Iglesia declara beata a una persona, reconoce en toda su vida la santidad. Por tanto, es inseparable el hombre del político. Don Juan de Palafox, por encima de todo, vivió en plenitud, con heroísmo, la vida cristiana. Y esa plenitud le llevó a ejercer las virtudes en todos los aspectos de su vida, también en el ejercicio de las tareas políticas. Por tanto, el juicio de la Iglesia debe ir más allá de la profesión concreta de una persona. En cualquier época histórica tendría sentido proponer modelos variados, pero en la etapa posterior al Concilio Vaticano II, quizá con mayor fuerza es necesario proponer modelos de santidad que abarquen todos los ámbitos de la vida humana, puesto que en los documentos conciliares quedó de manifiesto que cualquier realidad humana es santificable. Además, una beatificación consta de un proceso riguroso por parte de la Iglesia que no puede simplificarse mediante comparaciones.
María Saavedra
Profesora de Historia de la Universidad CEU San Pablo
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