Artistas
Rocío Webster (II)
Aunque no podría jurar que fue así, creo que la primera vez que Rocío González entró de madrugada en el Savoy vino acompañada por un tipo que la seguía en silencio seis pasos por detrás, a una distancia que no es la de un novio, ni siquiera la de un amante, tal vez sólo la distancia que guardan quienes saben que su cometido al lado de alguien como ella es la simple adulación. Me fijé en él y lo comparé con Rocío. Hacían tan buena pareja como un cisne y un cerdo. Me produjeron la misma impresión que una iglesia separada seis pasos de su pararrayos. Ella preguntó por mí en la barra, se vino a mi mesa y me entregó una carta de Lorraine Webster, cuyo cadáver todavía daba vueltas remordiendo en mi conciencia. Yo aún estaba desarmado por aquel trágico tiroteo en Cleveland y aproveché para sincerarme. «Tengo remordimientos. No supe estar a la altura de las circunstancias. Supongo que ella te habrá dicho cosas terribles de mí. No supe tratarla. Tal vez no capté sus verdaderas necesidades. Sentía frío y yo le compraba ropa, ¿sabes?, porque no caía en la cuenta de que aquél era la clase de frío que lo que pide no es un suéter, sino un abrazo». Rocío me atajó sin dar señales de haberse conmovido. Miré de reojo al tipo que la acompañaba y pensé que tal vez fuese yo quien iba a necesitar su protección. «Sé como eres, Al. Te gustan los remordimientos para justificarte por tu incapacidad para hacer cosas nuevas. El dolor moral es el refugio interesado de cierta casta de cobardes. Con razón decía ella que eras la clase de hombre que en una guerra se aferra a la hiel de la derrota por miedo a no saber qué hacer con el laurel de la victoria». Le dije que mis remordimientos eran sinceros y que lo que menos necesitaba era que ella fuese el reproche póstumo de Lorraine. Rocío me miró a los ojos con los dientes de los suyos: «Detesto esa blanda docilidad retrospectiva de los hombres. ¿Ves al tipo que me acompaña? Me admira y me desea, pero le mantengo a raya y es sumiso. Sus pies lamen mis pisadas. Le he dejado entrar conmigo en el Savoy porque en la puerta no hay argolla para los caballos. Tenía razón Lorraine cuando me dijo que a los hombres les gustan las mujeres que de paso que los divierten, los destruyen. Fíjate bien en ese tipo. Jamás me ha puesto la mano encima y sin embargo no se aparta de mí. ¿Sabes, Al?, ese hombre daría lo que fuese por ser alguien en mi vida. Es evidente que pierde el tiempo. Hay en esa carta una expresiva frase de Lorraine: "Rocío tiene la edad que yo tenía cuando te conocí. Y sabe que a un hombre hay que mantenerlo siempre entre la expectativa de conseguirte y la remota esperanza de lograrlo"».
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