Roma
La UE y nuestra Constitución por José Clemente
La Unión Europea (UE) que hoy conocemos arrancó con el Tratado de Roma (un acuerdo entre los países vencedores de la II Guerra Mundial sobre el carbón y el acero) y con el que empezó la producción en masa de este metal y la posterior reconstrucción del viejo continente devastado de Norte a Sur y de Este a Oeste. Desde entonces la ampliación de la Unión ha sido un ir y venir, de menos a más, hasta los 27 países miembros que hoy la conforman. Por el camino se amplió Europa a los 6, de éstos a los 12 (cuando se incorporan España y Portugal), después llega Maastrich, el euro y así hasta el Tratado de Lisboa que ahora, a causa de la crisis, podría pasar a ser la Europa de los 17. Entre tanto también se aprobó la Constitución Europea y se produjeron, paralelamente, muchos otros acuerdos en las cumbres de jefes de Estado y de Gobierno como Schengen, la PAC, el Ferrmed... Y todo eso fue posible gracias a que detrás de cada país miembro había un sistema democrático y de libertades plenas. Tal vez excesivamente garantista, pero democrático al fin y al cabo. La UE que conocemos o la que ahora se pone a dieta se debe a sus sistemas de Estado, pero también, de gobierno, bien sean monarquías parlamentarias, repúblicas o sistemas presidencialistas, que casi siempre suelen coincidir con el anterior. Por eso hoy me detengo en esta reflexión. Tenemos una monarquía parlamentaria, es decir, un sistema democrático cuyo jefe del Estado encarna Su Majestad el Rey. Ayer se cumplieron los primeros 33 años de vida de la Constitución Española que nos dimos los españoles en 1978, el período más largo de nuestra historia alejado de vaivenes de golpistas y terroristas. Nuestra Constitución tiene hondas raíces en el pueblo, que es el depositario (sufragio universal) sobre el que descansa el pilar central del entero edificio de la democracia. Ahora que se habla de reformar la UE de los 27 no debemos tener miedo, como tampoco debemos tenerlo a la hora de adaptar nuestra Constitución a las exigencias que se nos planteen en el futuro. Nuestra Constitución puede aguantar ese reto y muchos más, entre otras cosas, porque su valedor es el pueblo soberano y nuestro representante universal un Rey de probada solvencia democrática.
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