FAES
La pancarta de Pedraz por Agustín de Grado
«Ocupa el Congreso», «La Constitución ha muerto», «Que se vayan todos»… ¿Se imaginan cómo hubiera reaccionado la izquierda política, social y mediática si estas pancartas las hubieran portado jóvenes con camisas pardas y el pelo rapado? ¿O azules y con gomina en la cabeza? El fiscal general del Estado dio en el clavo: no se puede consentir la explotación de un justificado malestar social para deslegitimar las instituciones que garantizan la convivencia democrática. Así llegó el fascismo al poder en los años 30 del siglo pasado, con el incendio del Reichstag como icono. El juez Pedraz ha extralimitado su función al hacer suyo el principal argumento de la protesta («la decadencia de la clase política») y creer en la bondad de la convocatoria. Es evidente que si la Policía no lo hubiera protegido, el Congreso habría sido asaltado por los violentos. Los políticos huérfanos de respaldo en las urnas que tratan de pescar en el río revuelto de la demagogia deberían recordar a esos jóvenes que sin políticos, sólo hay caudillos. Y cuando éstos llegan, añoramos entonces el valor de la democracia. Ese tipo de gobierno que, como definió Popper, «permite librarnos de nuestros gobernantes sin derramamiento de sangre». Es verdad que el vigor de una democracia depende de que los ciudadanos crean en la virtud de sus dirigentes y existen motivos abundantes para sentirnos defraudados. Pero la libertad no es una fiesta ácrata. Tiene sus límites. Los que rechazan los sindicatos para seguir campando a sus anchas sin una ley de huelga que regule este derecho fundamental. Los que estas almas cándidas (o no) de la «democracia real», enfundadas en camisetas del Ché violentan mientras, con su desconocimiento de la Historia y el amparo de un juez activista, intentan inocular los gérmenes del totalitarismo en una sociedad predispuesta a buscar en el otro la culpa de los males propios.
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