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Pekín: La fábrica de la creatividad
La mastodóntica capital de China esconde el barrio artístico más grande de Asia y símbolo de una industria cuyo centro de gravedad cada vez mira más hacia el gigante asiático. El área 798 es un oasis en el que se permiten altas cotas de crítica y libertad expresiva
La cabeza de un dragón, unos ojos ensangrentados, un par de versos elogiando la libertad... Los graffiti que cubren los muros son la primera señal de que estamos entrando en un sitio diferente. Los servicios de limpieza de Pekín, que cada día recorren la ciudad desnudando de pintadas las paredes, respetan aquí las coloridas firmas y dibujos. Siguiendo su rastro, nos adentramos en el distrito de Dashanzi, también conocido como el área 798, el barrio artístico más grande de Asia y símbolo de una industria cuyo centro de gravedad se está desplazando hacia China. Como en esas «zonas económicas especiales» en las que el régimen empezó a experimentar con el capitalismo, el 798 es hoy un oasis en el que se permiten altas cotas de crítica y libertad expresiva.
No siempre fue así. Los primeros planes quinquenales maoístas crearon aquí un área industrial especializada en electrónica y armas. Pasó casi medio siglo antes de que un grupo de jóvenes artistas crecidos en la China de las aperturas adaptase el paisaje fabril a sus propios gustos. La planta sigue siendo la de un polígono, pero en medio de las amplias vías surgen hoy esculturas, instalaciones audiovisuales y cafeterías con ventanas pintadas de colores por las que escapan acordes de guitarra, música electrónica o pop chino.
Exposición itinerante
Las obras se exponen en plena calle y van cambiando. Hay esculturas realistas, un Jesucristo crucificado en bronce, monstruos encerrados en jaulas de bambú, caballos de piedra adornados con lunares, gordos desnudos excavados en granito e incluso una salvaje jauría de lobos rodeando a un guerrero medieval.
La Academia de Bellas Artes de Beijing instaló hace más de 15 años la primera galería en el número 798 de la calle, lo que acabó dándole nombre al distrito. Al principio, la iniciativa fue recibida con escepticismo. Poco a poco, decenas de artistas se mudaron, buscando un lugar barato y un ambiente creativo. Bajo la mirada atenta de las autoridades, abrieron los primeros cafés y restaurantes alternativos. Con el tiempo, acabaron acudiendo galeristas renombrados, extranjeros y firmas internacionales que abrían su primera oficina en China. El propio Ai Wei Wei, el artista chino más cotizado, se construyó la casa y el estudio en el que vive a pocos metros del 798, en Caochangdi, donde reside una buena parte de la élite cultural pekinesa.
Visitar el 798 es una actividad relajante y sencilla. En todo el distrito abundan los planos zonales, que ayudan a moverse por un laberinto cuajado de tiendas, galerías y museos. La variedad de compras es inmensa y heterogénea. Aunque muchos comercios se han dejado arrastrar por la fiebre de baratijas, en Dashanzi se encuentran también artículos muy diferentes a las presuntas artesanías de las tiendas para turistas.
Para aquellos a quienes no interesan las exposiciones, el simple paseo justificará la visita. El paisaje postindustrial combina a la perfección con el trasunto artístico. Las viejas fábricas de ladrillo y cemento, enormes estancias abovedadas con ventanales diseñados para servirse de la luz natural, siguen el patrón de la escuela Bauhaus. Los arquitectos de la República Democrática Alemana que ayudaron a los chinos a montar las fábricas dejaron la huella del funcionalismo centroeuropeo imperante en aquellos años. Las chimeneas retorcidas, los conductos de ventilación, los tubos de estaño y las pesadas puertas corredizas enmarcan a la perfección las obras de arte, sobre todo cuando se trabaja el metal.
Extravagancia
También conjuntan, a su manera, los artistas de cueros raídos, sombreros y peinados extravagantes, al cruzarse por las calles, con los viejos vecinos del barrio: obreros de manos callosas con su almuerzo en una bolsa de plástico que se quedaron aquí tras el cierre de las industrias y abrieron sus negocios. Aún hoy, algunos de ellos regentan talleres de chapa, lavanderías industriales y procesadores de residuos urbanos.
Al caer la tarde, los turistas desaparecen y dan paso a perillas, gorros, trenzas y combinaciones extravagantes como minifalda amarilla, medias rojas y chancletas de piscina. De noche, los callejones del 798 esconden los clubes más «underground», como el Vibes, que organiza veladas fetichistas, o el Yan, en el que han bailado varias estrellas de Hollywood. Su interior está decorado con la energía de la nueva China, pero llegar hasta ellos se convierte en un paseo por las sombras de un pasado de altos hornos. No deja de tener su encanto.
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