Estreno
«El profesor»: Necesita mejorar
Dirección y fotografía: Tony Kaye. Guión: Carl Lund. Intérpretes:Adrien Brody, Sami Gayle, Marcia Gay Harden, James Caan. EE UU, 2011. Duración: 97 minutos. Drama.
Lejos quedan los tiempos en que dos lecturas de «El cuervo» de Poe enmarcan la angustia de un profesor de literatura que despierta de un coma profundo con el don de la videncia en la magnífica «La zona muerta». El existencialismo de Cronenberg era mucho más auténtico que el de Tony Kaye, los ecos del gótico romántico del escritor de Baltimore resonaban con más emoción en las paredes negras de un alma capaz de predecir el fin del mundo. Por mucho que Adrien Brody se esfuerce en leer «La caída de la casa Usher» para que quede claro que Poe compartía los mismos abismos que él y sus estudiantes, o que Kaye, tan pomposo y moralista como en la infame «American History X», abra la película con una cita de Camus, «El profesor» se conforma con engordar los tópicos del cine que, entre tizas, pizarras y pupitres, pretende denunciar las carencias de la educación pública reivindicando la dedicación de una profesión marginada por el sistema y quemada por el desprecio de alumnos y altos mandos, y también marcada a fuego por la desmedida admiración (de inevitable desenlace trágico) de los patitos feos que aún no han encontrado su lugar en el mundo.
El Henry Barthes de Brody no está tan lejos del Half Nelson de Ryan Gosling. Ambos son docentes poco convencionales, ambos luchan contra un pasado traumático (en «El profesor») o una adicción tóxica (en «Half Nelson»), ambos encuentran una cierta redención en un alumnado que responde a sus métodos. Por desgracia, Kaye carece de la sensibilidad de Ryan Fleck, está demasiado preocupado por filtros de luz y ángulos de cámara como para otorgar algo de credibilidad y entidad dramática a la nómina de profesores secundarios y cada palabra que sale de su desencantado protagonista parece escrita para aleccionar al público, para erigirse en verdad absoluta sobre el sentido de la vida. El resultado es un club para poetas muertos creado por quien pretende describir con lucidez los desafíos del mundo cuando lo único que hace es escuchar a su propio desapego y autocompadecerse durante una larga hora y media.
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