Literatura

Milán

Montanelli ajusta las cuentas consigo mismo

El periodista, con ironía y humor, repasa en sus diarios, que se publicarán próximamente, los principales protagonistas de la historia italiana de la segunda mitad del siglo XX

El ojo crítico Montanelli fue un polémico y brillante periodista que nunca dejó indiferente a nadie
El ojo crítico Montanelli fue un polémico y brillante periodista que nunca dejó indiferente a nadielarazon

La vida como crónica. El día a día, el apunte personal, el que rueda por la intimidad, la opinión subjetiva, como periodismo, como noticia de uno mismo, del país que habita, que frecuenta a través de los diarios, la televisión, la radio, la tertulia, el encuentro social y también el ocasional. Indro Montanelli dejó un legado breve, de doce cuadernos, que hoy conserva la Universidad de Pavía. El diario es el otro género memorialístico, el que completa la gravedad que lastra las biografías, pero con un pretentido pulso privado, de puertas adentro. Una vocación de permanecer en la alcoba, en la oscuridad del cajón de la mesilla. Una impresión que, en realidad, es falsa, porque en todo diario siempre late una intencionalidad de trascender, de hacerse público, de llegar más allá. Montanelli tuvo la honestidad de reconocer que sus anotaciones nacían con el propósito de entregarse a la luz pública. Quería que se editasen y así ocurrió en 2009 en Italia. Ahora sus ideas, sus reflexiones, llegan a España con el título de «Cuentas conmigo mismo» (La Esfera de los Libros), un conjunto de páginas que abarcan la cronología que va desde 1957 hasta 1978. Prologa el volumen Sergio Romano, quien lanza una advertencia, un aviso. La política, el personaje conocido, el ministro famoso, el del titular, la declaración o la metedura de pata, son una excusa para él. Al periodista italiano, que trazó con una pluma humorística la historia de Grecia y Roma en dos volúmenes de sobra conocidos, le importaba el yo, que no es más que la mirada personal de lo que se mueve alrededor de uno. Bajo la óptica de esa grafía que se traza con la mano, en un de repente, en un momento de frescura y genialidad, proporciona una imagen, una instantánea suspendida por un hálito de inmortalidad, de perduración o permanencia. «El cadáver de Moro, abandonado en un coche entre Botteghe Oscure y la piazza del Gesù, nos pilla por sorpresa. Hemos sido duros con él. Su miserable fin nos inspira un sentimiento de piedad, pero hace que surjan nuevos peligros contra los que hay que lanzar inmediatamente la alarma: en nombre del "mártir", su gente intentará hacer avanzar su "línea política"», escribe, ya hacia el final, en ese 9 de mayo de 1978.


Palabras claras
A Montanelli le guía el propósito de dejar el retrato desecado y depurado de las personas que encuentra, con las que tropieza. Son semblanzas sucintas. Las hace, en ocasiones, a través de una conversación, de unas escasas palabras, como hace en un 28 de octubre. «Encantado de hacer de su inglés fluido, Levi lleva la voz cantante, dejándose envolver por sus propias palabras. Kissinger le sigue con aire aburrido. Al final, al oído, me dice:
-El problema con los italianos es que cuanto más se habla con ellos, menos se entiende cómo están las cosas. Dígame: ¿cree usted en el eurocomunismo?
-No.
-Y los democristianos, ¿creen en ello?
-No.
-Entonces, ¿cuál es su plan?
-Corromper a los comunistas.
-¿Lo conseguirán?
-Es posible. En todo caso, no saben hacer otra cosa.
Kissinger me sonríe con gratitud:
-Por fin una idea clara».
Indro Montanelli no omite nada cuando escribe. De Joséphine Baker y su encuentro deja constancia un 14 de noviembre que transcurre en Milán: «Almuerzo de viejas glorias: Wally, Joséphine Baker y –¡ay, Señor!– yo mismo. Físicamente, Joséphine lleva su gloria muy bien, bastante mejor de lo que me esperaba. Se habrá operado el rostro (...). Su dulzura va pareja únicamente a su estupidez, que debe ser inmensa si ahora, como parece, ha escogido a Wally como asesora financiera, y si ambas han sentido la necesidad de consultar conmigo la conveniencia de determinadas operaciones de las que no he entendido nada». Por estos cuadernos circulan nombres de todos los estamentos sociales. Desde políticos como Ugo La Malfa, Leo Valiani o Mariano Rumor, hasta Giovanni Agnelli, el propio Henry Kissinger, Raymond Aron, Silvio Berlusconi, Umberti Eco o Giovanni Spadolini. De trasfondo, la situación y la historia de Italia de esas décadas, la lucha contra el bandolero Giuliano, la política de Saragat, los atentados terroristas, la célebre inundación de Florencia de 1966, o de Feltrinelli, al que fulmina en una frase: «No dejo de pensar en Feltrinelli. Lo conocí de niño, es como si me hubiera crecido sobre las rodillas. Nunca he llegado a entender cómo ha podido convertirse en un editor importante».


Notas de humor
De otro editor, en esta ocasión Angelo Rizzoli, asegura el 24 de septiembre de 1970, fecha de su fallecimiento: «Rizzoli ha muerto. Se negó hasta el final a aceptar la vejez. Si no la hubiera rechazado, como su enemigo Mondadori, tal vez siguiera vivo. Siempre rodeado de chicas hasta hace pocas semanas. No creo que tuvieran más uso que el de clavel en la solapa. Se servía de ellas para demostrar a todo el mundo, aunque especialmente a sí mismo, que era joven».
En ocasiones de un encuentro solamente le interesa una ironía, algo chocante, que esté impregnado de humor y que le de pie a glosar a un personaje. El 28 de mayo de 1969 anota: «Visita a Panfilino Gnetile. Me da las gracias por la reseña a su "Historia del cristianismo". Dice:
-Lo que me ha conmovido realmente es ver que te has leído el libro de verdad. Cosa muy rara, entre nuestros críticos. Y además, que estés de acuerdo con san Pablo».
De un viaje a Luxemburgo, a Indro Montanelli le queda el siguiente recuerdo en la memoria que hoy no pasa desapercibido: «Vuelo con el consabido birreactor de Berlusconi, que nos acompaña encantado de exhibirse y de exhibir su estatus en una ceremonia internacional». Del mismo Berlusconi, escribe luego: «Llena su libreta de direcciones: las de todas las personaliadades que le van presentando. Es el auténtico "climber"que lo aprovecha todo y que no tira nada».


Apunte de un atentado
Los años 1977 y 1978 fueron claves en Italia. Y también muy peligrosos. Hubo 2.128 atentados, 32 heridos, 11 muertos. La extrema izquierda agredió a varios periodistas, entre ellos, Indro Montanelli, que recibió el impacto de varios disparos. Él mismo anotó esa experiencia en sus diarios. El hecho aconteció en Milán, el 2 de junio: «Es la fiesta de la República. Yo la celebro recibiendo en las piernas cuatro balas de revólver, calibre 9. Me disparan a las 10.10, recién salido del hotel Manin, por la espalda». Más adelante describe lo que pensó en ese momento: «Agarrándome a la verja del parque público, pienso: "¡Tengo que morir de pie!". Esa estúpida idea, retazo sin duda del veintenio fascista, es tal vez lo que me salva: de haber caído, probablemente hubiera recibido el último disparo en el abdomen. Sólo cuando el sicario ha terminado, cedo a la debilidad que me invade y me dejo resbalar al suelo. Podría matar cómodamente con mi pistola al hombre que me ha dado la espalda para huir. Pero hay otro que lo protege empuñando un arma. Me limito a gritales: "¡Cobardes!"».
Más adelante, Montanelli comenta cómo se encuentra al recibir el impacto de esos disparos: «Mi sensación inmediata es que ninguna zona vital ha quedado afectada. En torno a mí, que estoy cubierto de sangre, se forma de inmediato un gran revuelo. Entre las primeras personas que me socorren reconozco a nuestros chóferes Mele y Colonna».



«Cuentas conmigo mismo»
Indro Montanelli
La esfera de los libros
290 páginas.