China
La hora de Siria
No soy tan ingenuo para pensar que el razonamiento humanitario es lo único que impulsa a actuar a las naciones. Pero tampoco tan cínico que crea que la persecución de unos intereses económicos nacionales inconfesables sea la exclusiva motivación de los dirigentes occidentales, como al parecer opinan ciertos sectores ideologizados, que creen pertenecer a una especie diferente. Los que deciden –al menos los que yo he conocido– son siempre seres humanos y lo hacen en función de diversas motivaciones donde siempre están presentes los intereses nacionales pero también una cierta ética personal e internacional.
Pues bien, creo que la situación en Siria ha alcanzado tal nivel de deterioro que tanto desde el punto de vista de la «Responsabilidad de Proteger» (R2P), como de conseguir la deseada estabilidad en Oriente Medio, el intervenir política y militarmente es altamente aconsejable. Pero ya.
Si hasta ahora el temor a desestabilizar la zona, con especial sensibilidad hacia Israel, se ha impuesto a cualquier consideración humanitaria, pienso que las dimensiones de la tragedia siria y la situación general en la zona obligan a considerar emplear los únicos medios que parece entender el Presidente Asad: los militares.
El no haber utilizado hasta ahora en la represión su aviación –pese a que la tiene y es relativamente capaz– a la vez que muestra no tener ningún escrúpulo en emplear sus medios acorazados contra los rebeldes y el sector de la población que los respalda, indica que el régimen de Asad trata de evitar repetir una situación como la que origino la «no fly zone» de Libia.
El conflicto sirio ya se esta extendiendo al Líbano y es cuestión de tiempo que salte al enfrentamiento entre sunís y chiítas que se está cociendo en Irak. Luego el aplazar la intervención no evitará –sólo retrasará– que la estabilidad de la zona general se vea afectada.
En Siria puede pasar como en Libia, que el sector de la población que apoye al régimen sea superior a lo estimado inicialmente. Incluso podría hablarse del nivel de guerra civil, pero una especial donde un bando pone un ejército regular que emplea sin miramientos mientras otra, un sector significativo del pueblo, aporta el grueso de las bajas. Por lo tanto, las consideraciones de la emergente doctrina de la R2P son tan claramente aplicables como en Libia, aunque denominemos como queramos la tragedia siria.
No estoy proponiendo invadir Siria, pero sí establecer por medios militares–los únicos posibles– zonas de protección a la sufriente población civil. EE UU y Turquía tienen una especial responsabilidad moral en función del papel hegemónico –global e islámico respectivamente– que ostentan o pretenden asumir en el futuro. Los países de la Liga Árabe y algunos europeos podrían contribuir a la coalición que hipotéticamente se implementase.
La actitud de Rusia y China no hace posible una decisión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas como la que autorizó la intervención en Libia. Pero no sería la primera vez que se actúa sin ella –Kosovo, Irak– al menos inicialmente. Especialmente cuando se ha alcanzado otra legitimidad en el seno de las Naciones Unidas –la de una mayoría abrumadora en la Asamblea General– para condenar la conducta del Gobierno sirio, frente a la legalidad que monopoliza el Consejo para decidir cualquier actuación. La hipotética disparidad entre Consejo y Asamblea demostraría urbe et orbi la falta de legitimidad y arcaica composición del primero de esos órganos. Si una amplia coalición de naciones decide actuar para evitar la masacre, ya llegará posteriormente la legalización y serán Rusia y China las que habrán dejado jirones de su prestigio, sobre todo ante la opinión publica árabe.
Hay grupos de presión en las naciones occidentales que con tal de excluir a cualquier precio la intervención militar propia, llegan incluso a negar los horrendos crímenes que cometen ciertos tiranos contra sus pueblos. El que en Irak se utilizaran pretextos falsos y métodos equivocados no quiere decir –a mi juicio– que debamos ser eternamente insensibles ante el sufrimiento en el mundo y que nos dejemos dominar por un miedo paralizante a que la situación final sea peor que la que intentamos solucionar. Eso no tiene por qué ser cierto si hacemos las cosas bien. El mal existe y debemos intentar que no predomine. El no tratar de evitarlo más que un crimen –como dijo Fouché– es un error.
No hacer frente a nuestra responsabilidad de proteger por tratar de evitar desestabilizar la zona nos llevara a perder ambas: sensibilidad humanitaria y estabilidad.
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