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El laurel y las ruinas por Paco Reyero

La Razón
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España es un país pendulón, siempre entre el delirio de grandeza y las fatigas para pagar el seguro de defunción. Estos años, tras tanta velocidad, resplandece la hidalguía de la miga de pan, el pequeño gran sueño de llegar a fin de mes y que Dios nos guarde la salud. Los de las fotos, como sus otros parientes, nos han acostumbrado más a pensar lo que dicen que a decir lo que piensan. En la investidura de Griñán como represidente de la Junta, Hacienda autorizó una ronda de abrazos de todos con todos y adiós por Alemania a la copa de vino español y a las olivas. Los abrazos no se cobran ni tributan porque es un género profundamente institucional y ahí hay mucho producto de mercadillo. Este «menage a trois» circunstancial y gratuito, que lleva al presidente andaluz a fundirse con todos, debería superar lo protocolario. Lo protocolario es una verdad que dura lo que un instante.Y después que tuviera la bendición del futuro que se concede ante las buenas intenciones. Los españoles estamos más aprendidos que la vaquilla de un tentadero, pero advirtamos el saludable brote de daltonismo del protagonista, poniéndose, aunque sea discursivamente, manos a la obra sin distinguir ni «destra ni senestra». Recatada verbena de altos dirigentes en traje, estas imágenes deberían ir en sepia para no desentonar mientras espera un país en la cola del paro. Digamos que la cualidad moral de los hombres está por encima de su ideología. Y su talento, su astucia y su capacidad para sortear el pasado también. Si supieran lo que tienen entre manos se dejarían de disputas de jardín de infancia. Más que el laurel, el premio de Griñán sería caer rendido cada día, con la conciencia tranquila, después de extenuarse para alejar las ruinas.