Brasil
Europa gira a la derecha
Las opciones de izquierda se han agotado ya en Europa, como se ha demostrado en España, donde el PP barrió al PSOE en las pasadas elecciones municipales y autonómicas
En todos los países del mundo están alcanzando el poder los partidos de centroderecha. Incluso en los países en los que triunfa la izquierda, lo hace porque presenta un rostro más evolucionado, menos ideológico que antes, como es el caso de Brasil y, tal vez, el de Perú. Las opciones de izquierda que triunfaron hace tiempo como reacción contra la derecha se han agotado ya. Así ha ocurrido con el socialismo español, hoy en plena desbandada, y con Obama en Estados Unidos, que a pesar de su carácter mesiánico no consigue rentabilizar más allá de unas semanas el efecto de una operación tan espectacular como la que llevó a la muerte de Ben Laden.
El papel de la crisis
La posición de la opinión pública se entiende mejor si se tiene en cuenta la crisis económica y su evolución. Cuando estalló todo, en septiembre de 2008, hubo una avalancha de críticas al «capitalismo», al «neoliberalismo», a los «neoconservadores». Había que refundar el capitalismo como un régimen más humano y más ético. Lo cual tenía una traducción política inmediata: todos teníamos que ahorrar, menos los gobiernos y los estados. Keynes, desacreditado desde los años ochenta, en los años de Reagan y Thatcher, volvía con fuerza. En España tuvimos el Plan E, políticas sociales, gasto sin medida. La consecuencia la vemos hoy en día. No hemos salido de la crisis y se han disparado el déficit y la deuda pública, lo que complica aún más la solución. En Estados Unidos se ha instalado un paro estructural del 10 por ciento. Hoy todo el mundo, incluidos Obama y los socialistas españoles, huye de las políticas keynesianas. Las consignas de moda son la «sostenibilidad», la «reestructuración», la «austeridad». Se acabó la fiesta y con ella las fantasías de omnipotencia neosocialista propiciadas por la crisis.
El giro a la derecha indica que el electorado deja atrás las preferencias ideológicas y, en vez de respaldar a una opción fracasada, como la izquierda, opta por quienes parecen ofrecer una solución. El pragmatismo, por otra parte, no implica una posición ideológica. No parece que la opinión china esté dispuesta a arriesgar el camino emprendido hacia la prosperidad en un experimento democrático. Y en Francia, de no mediar el escándalo Strauss-Kahn, es posible que Sarkozy hubiera pagado cara su incapacidad para detener la decadencia del país. Los electores piden soluciones, no palabras sobre las que no parecen hacerse demasiadas ilusiones.
La izquierda nostálgica
Por su parte, las organizaciones políticas siguen enfrentándose a la necesidad de adoptar una definición. La izquierda, que desde siempre levanta la bandera de la emancipación, se encuentra ahora enfrentada a una vocación nueva, más a la defensiva: la de conservar lo que se pueda del Estado del Bienestar. Anthony Giddens, que inspiró la Tercera Vía y el Nuevo Laborismo de Blair, lo vio hace veinte años. La izquierda se había hecho conservadora. Es casi seguro que una derecha en el poder, inevitablemente abocada a políticas de austeridad, le lleve a acentuar esta actitud.
Está por ver si la izquierda resistirá la tentación de la demagogia y del peronismo. En España, la protección del movimiento alternativo de los «indignados» por parte del Gobierno socialista no augura nada bueno. La izquierda, además, ya había sucumbido antes a otra tentación, más turbia aún, como es la de las políticas identitarias y las alianzas con los nacionalismos y los fundamentalismos religiosos y culturales. El desplome de los mitos socialistas en los años 70 y luego la caída del Muro de Berlín llevaron a suplir la adhesión al comunismo –sentido siempre, decía Revel, como el dolor que produce un miembro amputado– con el discurso postmoderno que diluye las lealtades nacionales y democráticas en otras tribales, totémicas y míticas. Es el retrato del socialismo español.
La derecha liberal
La derecha, por su parte, se ha visto casi forzada a ir adoptando un ideario que ensalza las ventajas de la libertad individual. Casi inevitablemente, la derecha se ha hecho liberal, lo que no corresponde del todo a su naturaleza, de orden más conservador. La derecha se sentía cómoda en los grandes consensos morales sobre los que se fundaba el Estado del Bienestar. Esos consensos, sin embargo, se desplomaron en los setenta y no parece que esté próxima su restauración. La izquierda ha contribuido a dinamitarlos, pero quiere preservar el Estado del Bienestar, lo que es algo así como querer refundar el pacto socialdemócrata en la moral de las películas de Almodóvar.
A la derecha, por su parte, le gustaría recuperar al menos en parte aquellos consensos morales (sobre la familia, sobre la vida), pero no puede aplicar las políticas intervencionistas que esto conllevaría. Así se llega a lo que los norteamericanos llaman la combinación de conservadurismo fiscal y liberalismo moral. Es una posición llevadera en lo personal, fecunda en lo intelectual –donde el pensamiento de «derechas» da muestra de una densidad mucho mayor que el de la «izquierda»–, pero de difícil articulación en el terreno político. En Gran Bretaña, Cameron está ensayando nuevas formas de pensar esta realidad. Como se ve, y más allá de las grandes etiquetas partidistas, los últimos tiempos no siempre han contribuido a aclarar la distinción entre izquierda y derecha.
El tabú conservador
Antonio Gramsci, el dirigente comunista italiano, distinguía entre el poder (político) y la hegemonía (social y cultural). Quien dominaba la segunda acabaría haciéndose con el primero. Aplicando esta antigua distinción, hay quien ve en la actual situación un predominio político de la derecha, pero también la apoteosis social y cultural de la izquierda. Los partidos de derechas, por su parte, parecen empeñados en dar la razón a quien así piensa. De creerlos, en la política actual no existiría la derecha y sólo quedarían las posiciones de centro (pragmático, sin ideología) y de izquierdas.
No parece que esto esté tan claro. Ni en lo político, donde las complejidades de la derecha no le han llevado a olvidar del todo su antigua naturaleza, ni, más aún, en lo social y lo cultural. Por mucho que la izquierda domine el vocabulario, los automatismos sentimentales y la estética –que ha sido lo más importante de todo–, está emergiendo un conservadurismo que pone el acento en la responsabilidad, en la continuidad, en la prudencia, en el respeto, en la limitación del poder.
La revolución de las costumbres que trajeron los años 60 está ya asimilada y su capacidad subversiva, agotada: ya no queda nada que subvertir, lo que lleva a cuestionar la naturaleza misma del «progresismo». Las vanguardias, por su parte, no se distinguen ya de lo friki. España, una sociedad muy poco conservadora en los últimos cincuenta años, es un buen laboratorio para esta tendencia. La subversión perpetua acaba en las chabolas de los «indignados» y, por mucho que Rubalcaba se empeñe en promocionarlas, no resultarán muy atractivas para el conjunto de la población. Palabras como patriotismo, deberes, también derechos y libertad individual están cobrando un sentido y un prestigio nuevos. El conservadurismo, como en su momento el liberalismo, empieza a dejar de ser tabú. La política, como es natural, va detrás del movimiento. Aun así, no estaría mal que la derecha política despertara un día de éstos.
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