Berlín
Alemán para todos
Certezas son un paritorio, un altar e incluso un campanario, pero uno sale a la calle y comprueba que la REALIDAD es un dato que ha ofrecido Alemania la tarde antes. Una temperatura, un telegrama que llega a la casa de Correos de un pueblo de León desde Bavaria: «Nein, que no». Y como la meteorología también está a las órdenes de lo económico, nuestra realidad viene con un simulacro de invierno en Berlín, a la española, menos intenso en el frío. Es decir, hemos traspasado la frontera de lo surreal y todo nuestro orden, tan cañí y pinturero, está sometido a una feroz auditoría, ora americana, ora germana, la tierra donde los obreros le reclamaron derecho de jubilación a Weimar y éste accedió gentilmente: lo concedió a partir de los 70 años cuando la esperanza de vida era de 40. Surreal es que Merkel comparezca para prever nuestro futuro en perfecto alemán y nosotros la comprendamos incluso cuando, jaranera, se descuelga con un giro de su pueblo y siendo un idioma en el que para decir «te quiero» hay que ponerse traje y corbata. La canciller, que de joven debía ser todavía más firme y excitante, se fue a dormir para celebrar la caída del muro de Berlín porque al día siguiente tenía un examen. Ahora nos participa de sus pesadillas y al leer las órdenes en alemán las entendemos muy bien porque entre las ristras de frases de su discurso sólo hay cifras, datos, la esquilmada realidad.
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