Distribución
Madurez por Ángela Vallvey
En economía –esa disciplina tan indisciplinada en la que todos estamos haciendo un Máster de Chichinabo–, se dice «Madurez» («Maturity», o sea) a la tercera etapa del ciclo de vida de un producto, cuando las ventas alcanzan su nivel máximo y ya no dan más de sí, de modo que para incrementarlas hay que operar algún cambio en el producto dichoso. Llegados a la Madurez, los beneficios se estabilizan y los costes de fabricación disminuyen. Se ha tocado techo, y como la consigna es «crecer», mala cosa... Eso ocurre con las mercancías, pero también con las personas, por desgracia, y si no que se lo pregunten a los millones de desempleados españoles que esperan un milagro a las puertas del INEM, que desean crecer. En nuestro mercado de valores, en el que priman la renta fija y la variable, no hay cabida de momento para esos otros valores de los que estamos tan necesitados: ejemplaridad, creatividad, trabajo, responsabilidad, esfuerzo, moralidad, integridad… La bolsa de valores de la sociedad española está casi vacía de valores auténticos. De valores intemporales, que sirven hoy, sirvieron en la antigüedad y servirán mañana. La renta fija está ocupada por la corrupción. La variable, también. Incluso la esperanza es un valor del que andamos escasos, inexpertos como somos en el mercado de los auténticos valores.
Me pregunto: si mañana, por arte de magia financiera, se arreglasen todos nuestros problemas… ¿qué ocurriría? En mi opinión, que volveríamos a cometer, uno por uno, todos los errores que nos han traído hasta aquí porque, aunque hemos alcanzado una madurez de producto, carecemos de madurez social: no estamos haciendo una reflexión profunda sobre lo que ha pasado que evite que el desastre vuelva a ocurrir en el futuro.
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