Italia
Río de Janeiro
Cuando me dejan traduzco Janeiro del portugués porque me suena más expresivo el Río de Enero que descubrieron los lusos en 1.500 confundiendo con una desembocadura la esplendorosa bahía de Guanabara. Repasaba ayer una colección de «París Match» de 1955, revista entonces de referencia europea, cuando topé casualmente con el XXXVI Congreso Eucarístico celebrado en Río. El gigantesco Cristo de Corcobado domina, sobre todo, las grandes favelas de la ciudad y abre sus brazos a la miseria.
Brasil, tan cadenciado, se entregó sin una reticencia, y eso que no acudía Pío XII porque entonces los Papas no salían de Italia. Entraron en la bahía a lanzar el ancla cientos de navíos para aliviar la debilidad hotelera, ya que un millón doscientos mil peregrinos de todo el mundo cayeron sobre la ciudad, sin contar a los cariocas y otros brasileros. Frente al Pan de Azúcar el altar fue más monumental que el de Cuatro Vientos. En pleno periodo electoral, muy convulso, los partidos suspendieron sus campañas. El presidente Getulio Vargas se acababa de pegar un tiro y su sustituto, Joao Café Filho, era de confesión protestante, pero fue tal su entusiasmo que pidió, y obtuvo, la consagración de Brasil al Sagrado Corazón de Jesús.
Y todo ello en un país sincrético donde la diosa de las aguas, Lemanjá, es un trasunto de la Virgen María y en San Salvador de Bahía de todos los Santos hay más terrenos de Macumba (santería) que iglesias, habiendo muchas. Me quiero imaginar la explosión de esta juventud en el marco de Río de Enero. El Papa Benedicto XVI va muy por delante de los indignados con calzoncillos de esparto.
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