Estreno
Si Flaubert fuera africano
Autores: Can Themba, Mothobi Mutloatse y Barney Simon. Adaptación, dirección y música: Peter Brook, Marie -Hélène Estienne y Franck Krawczyk. Reparto: Nonhlanh la Kheswa, Jared McNeill, William Nadylam. Músicos: Arthur Astier, Raphaël Chambouvet, David Dupuis.Teatros del Canal. Madrid, 9-V-2012.
Un actor y una actriz se cubren con una manta sobre unas humildes sillas. Perdón: estamos ante Philemon y Tilly, devoto matrimonio compartiendo lecho en su más tierna intimidad. De la misma forma, un perchero con ruedas se convierte en «The Suit» en un autobús, en una ventana, en un armario... ¿No es el buen teatro eso, lograr que habitemos por un rato en una realidad que no es la nuestra con los medios y el lenguaje que cada creador elija? Hace ya años que Peter Brook nos recuerda que en escena todo es convención y optó por darle la espalda al artificio. Su fórmula, ya escuela de culto resumida en eso que se llamó «espacio vacío», tiene el mismo poderoso magnetismo hoy que ayer: no impacta tanto lo que deja de haber en escena, sino aquello a que lo obliga su ausencia: un derroche de imaginación y una concepción lúdica de la narración, con músicos en vivo –un estupendo trío en esta obra– que lo mismo aportan color que se suman al reparto.
Humillación y perdón
Pero, sobre todo, la escuela del Théâtre des Bouffes du Nord, la casa de Brook, es garantía de un trabajo actoral excepcional: es extraordinaria la procesión interna, la secreta tribulación que logra transmitir con pequeños gestos el sereno y bello rostro de Nonhlanhla Keshwa, la Emma Bovary de este drama surafricano de crimen, castigo, humillación y perdón, que puede leerse tanto en clave sentimental como social. De igual forma, pocos actores sabrían contener, como el elegante William Nadylam, de penetrante mirada, la dulzura y la emoción del pluscuamperfecto marido Philemon, convertido primero en doliente engañado y después en implacable castigador. Junto a ellos, Jared McNeill y Rikki Henry perfilan con energía y talento el paisanaje de los barrios negros, los «townships».
Más allá de los medios, lo que el mago Brook logra, una vez más, es que, como en su magnífica «Sizwe Banzi est mort», vivamos un ritual dramático con una sonrisa en el rostro. Porque esta adaptación de una novela de Can Themba –que Brook estrenó hace años en francés y ahora retoma en su lengua original– es un río vivo. En la historia que narra, la del excéntrico castigo que impone Philemon a su esposa, convivir a diario con el traje olvidado por el amante como un recordatorio de su falta, por momentos el drama se convierte en trasfondo y cobra importancia el paisaje. Brook pasea por Sophiatown, un suburbio de Johannesburgo, bebe alcohol barato en las «shebeen» de pintorescos nombres, entona con Tilly viejos blues o clásicos del folclore africano –qué voz la de Keshwa– y disfruta de sus fiestas, a las que todos estamos invitados. Se asoma, en definitiva, a un pueblo que, pese a estar doblegado por el Apartheid, nunca se quebró. Gente que va impecable los domingos y que le pone al mal tiempo buena cara. Si aún quedan escépticos de la atención mediática a cada visita de Brook, que se acerquen con el corazón abierto a ver esta ráfaga de gran teatro.
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