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Ideas más rápidas que las palabras por Fernando Vilches

La Razón
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Hay personas cuya capacidad locutiva no va pareja a la producción de su pensamiento. La velocidad de articulación es mucho más lenta que la producción de las ideas. Suelen ser personas nerviosas, pero muy inteligentes. Conocí a don Manuel Fraga hace más de treinta y cinco años. Recuerdo que, grabando una intervención electoral suya, el entonces realizador de TVE Enrique Martín Maqueda le colocó un micrófono por detrás enganchado al cinturón y le dibujó la silueta de unos pies para que no se saliera del enfoque de la cámara. Don Manuel se movió una media docena de veces; en otras tantas ocasiones, su discurso fue muy acelerado e incomprensible y, cuando tras más de una docena de tomas, logramos que su mensaje se acompasara con sus pies y con su pronunciación, el realizador se dio cuenta de que se le había caído el micrófono y no se había grabado nada.

Este fenómeno, que le ocurre a algunas personas, impide que el discurso se entienda a la perfección, porque hay una tendencia a comerse los finales de las palabras y a empalmar los vocablos de una manera antinormativa, lo que produce la sensación de estar hablando con constantes neologismos. Esto ocurría, no sólo en los discursos públicos que pronunciaba Fraga, sino también cuando dictaba cartas u otro tipo de escritos a su secretaria María Antonia, quien, tras algunas de estas sesiones con él, me llamaba al despacho para tratar de reconstruir lo dictado, con las pistas que nos proporcionaba el tema tratado. Pero, si se leen los escritos de Fraga, su producción editorial, fruto del sosiego, uno se da cuenta de la capacidad de este hombre y de la injusticia de tildarle de fascista o retrógado. En esos escritos se traslucía el profesor vocacional, el impenitente lector de obras avanzadas y prohibidas entonces en España, el hombre liberal a quien las circunstancias le colocaron en una época histórica.