Historia
Santos sanitarios por María José Navarro
No se lo deseo a nadie, pero quizá a modo de experimento sociológico le vendría bien a todo el mundo pasar por un hospital público de vez en cuando. A todos nos dan cosica los hospitales; estos días, además, los tablones de anuncios de los pasillos están repletos de carteles protestando por los recortes. Si a eso se añade el ambiente de preocupación general, las camillas por los pasillos, las batas verdes, uno llega a la conclusión apresurada de que el hospital es algo parecido a un infierno. Pero allí pasan otras cosas. Tras unas horas esperando angustiado se termina por crear un lazo espontáneo y sorprendente con los que también esperan. La preocupación compartida genera, curiosamente, una corriente positiva que lleva a los desconocidos a preocuparse por los demás, a desear suerte, a extremar la amabilidad. Ante esto una se pregunta por qué tenemos que esperar a los momentos duros para ser mejores, si costaría tanto comportarse así siempre. Y hay, sobre todo, otro elemento asombroso: el increíble trato del personal sanitario, el cariño con el que tratan a los que sufren, la paciencia infinita hacia los que preguntamos y preguntamos. Sin tener por qué, sin interés económico ni comercial, sólo por vocación, honestidad y humanidad, el trato que dispensan médicos y enfermeras es, además de exquisito y profesional, sencillamente emocionante. Si una llevase mil sombreros, los mil se quitaría ante cada recepcionista, celador, asistente o jefe de planta: el bien que hacen a los que lo están pasando mal mientras ellos mismos andan en un momento difícil es realmente impagable. A todos, esta vez en especial a la gente del Gregorio Marañón de Madrid, mi admiración y mi agradecimiento eterno.
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