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La guerra de cada uno por M COMA

La Razón
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Cada uno quiere una guerra a su medida, pero las medidas son muy diferentes. Obama, tras largo combate consigo mismo, se decide por una guerra de días, no de semanas, en la que EE UU no sea el principal responsable o al menos no lo parezca, lo que no es nada sencillo dado que sin su participación y sus medios la guerra es impensable. Los generales de Washington saben cómo hacerla pero no todos están seguros de que la quieran o de que les dejen hacerla como se debe.

Los árabes, a través de su Liga, con todo empezado, aclaran que quieren una guerra sin muertos, delicado deseo que conmueve por su buena intención pero sobrecoge por las terribles implicaciones del trasacuerdo: fue su demanda de zona de exclusión aérea la que decidió a Obama al sí y a los chinos a cambiar el no por la abstención. La vaga promesa árabe de contribuir con aviones está por ver, pero su intento de quitarse los muertos de encima resulta desmoralizadoramente claro.
Amenaza con comenzar el resquebrajamiento de la coalición al segundo día de operaciones. Alemania está de acuerdo con todo, menos con su participación, por lo que se abstiene en el Consejo de Seguridad y veta con Turquía en la OTAN, que como organización estará ausente del conflicto. Lo propio de Rusia, como de China, hubiera sido vetar, pero una complicada conjunción de intereses internos coincide en que, por razones diversas, no les va mal la guerra, si otros apechugan con la responsabilidad.

Así las cosas, la resolución satisface una de las condiciones de Obama, al ir mucho más allá de la mera zona de exclusión aérea, pues autoriza a recurrir a «todos los medios necesarios», con la sola excepción de invadir por tierra el país, lo que para Obama y compañeros de aventura no es una limitación sino un alivio. El texto del documento y mil voces nacionales proclaman al unísono que la finalidad es proteger vidas, pero, de forma intermitente se escucha que el objetivo no es posible más que echando a Gadafi, lo que sería un medio para lograr un fin.

Por último, los rebeldes lo tienen claro: Se trata de ganar. Militarmente la guerra se espera que sea sencilla y ha empezado bien. Políticamente es un embrollo de todos los demonios. Por debajo de los grandes fines el objetivo primario debería ser facilitar el desmoronamiento del campo gadafista. No es imposible.