Sevilla

El príncipe Julián

Sevilla. Quinta de la Feria de Abril. Se lidiaron toros de Garcigrande, justos de presentación, sobre todo en el remate de las caras, de poca raza, mansitos, pero con movilidad. Lleno de «no hay billetes». Enrique Ponce, de azul celeste y oro, pinchazo, metisaca, aviso, media baja (silencio); pinchazo, media (silencio). El Juli, de carmesí y oro, estocada (dos orejas); pinchazo, estocada trasera (oreja). Cayetano, de azul cielo y oro, estocada (silencio); dos pinchazos, estocada (silencio).

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Dos orejas incontestables. Irracionales. Nada compensaba ya lo visto. Nos lo quedábamos dentro. Para los restos. Cuentos de viejo. De abuelo, de una figura que día a día hace historia. Qué faenón nos había dejado El Juli. Qué de literatura para el toreo cabía en esa obra de leyenda. Tan abanto fue el toro, con ese fondo de mansedumbre, segundo de la tarde, que hasta herido de muerte quiso huir. Todo se lo había dado a Julián. Hasta la última arrancada a una obra esculpida a los pies del Guadalquivir, con el embrujo de La Maestranza a reventar. Lleno. Llena hasta la bandera.

Si en la media verónica con la que abrochó el saludo centró la atención, la réplica por verónicas metiendo la cadera para que el toro no saliera tan suelto del embroque al buen quite de Cayetano fue como poner la primera piedra. El «aquí estoy yo». La expectación era un hecho, el toro un reto y Juli un torerazo de la cabeza a los pies con los misterios indescifrables de la profesión guardados en algún lugar del alma. Pero ayer, ayer no. No fue un día más. Una aventura de temporada. El techo, de tenerlo, debe estar en lo alto de la Giralda. Qué barbaridad. El Juli elevó el toreo al altar, donde se debate el arte. En una tanda, una, situó al toro en el centro para no irse nunca más de ahí. A los ojos de todos. Entonces, la expresión del toreo bueno nació a borbotones, enganchado siempre, ganando la acción si era preciso. Dueño de los tiempos, del ritmo, del toque... Rey del toreo. Y en esa plenitud tuvo profundidad embarcar la embestida del toro, que se empleó, perdón, que no me olvido, que el Garcigrande estuvo a la altura de una muleta que exigió tela, pero en sus manos. En otras... Dos coladas se había llevado por el zurdo; hasta ahora el monumento era sólo por el lado diestro. Para Juli el círculo no se cerró hasta que no logró reunirse en una tanda de naturales de prodigio. Una manera de torear para volverte loco y sacarlo ya, directo, así, sin más, por la Puerta del Príncipe.

Pero tuvimos que esperar al quinto. Menos claro. Cada viaje tenía un matiz distinto. El Juli impuso su ley, su magisterio. Sí, y un paso más, el de la variedad, el de la conquista. El camino directo que va a dar al río del Guadalquivir. Esa salida a hombros por la que muchos darían media vida y mil noches en vela.

Se fue solo en volandas, porque para él solo había sido la tarde, el triunfo, la gloria. La variada corrida de Garcigrande, más justa de presentación que otras tardes, sobre todo en el remate de las caras, estuvo baja de casta, mansita, pero algunos se movieron para dar juego en la faena de muleta. Interesaron. El sexto, que correspondió a Cayetano, sembró esas dudas. Qué hubiera sido si.. La muleta lo hubiera resuelto con mando. Cayetano bajó el perfil, el tono y la ambición con el toro que cerró plaza, y con el monstruo que se había medido se creó un abismo. Se tapó más con el tercero, más sosote.


Ponce tampoco anduvo fino con el cuarto, y cumplió con el primero, hasta que descompuso a espadas. Julián, Príncipe del toreo. Y figura de época.