Hollywood
Montecarlo no va más por Jorge BERLANGA
Pues muy bien, el príncipe Alberto anuncia su compromiso matrimonial. La verdad es que siempre nos gustaron más sus hermanas, Carolina y Estefanía, con su indiscutible belleza que dejaba entrever un fondo de rebeldía algo trapisondista. Pero ahí detrás estaba ese heredero soso, tirando a impávido y encaminado a la alopecia que no despertaba interés, lo que tal vez le sirvió para entregarse a una vida oculta de calzón quitado que más tarde ha salido a media luz. Por aquí empezó a caer mal cuando dijo que España no era un país seguro para organizar unas olimpiadas. ¡Él, que representa un garito soberano donde cualquier ingenuo visitante puede entrar con los bolsillos llenos y salir desplumado, cuando no abocado al suicidio! Tal vez el Principado, por mucho oropel que queramos echarle, nunca haya dejado de ser el refugio de corsarios. Dicen que Mónaco ya no es lo que era, en un constante goteo de pérdida de «glamour». Estaba aquel refinado rincón de los años 20 representado en el mapa por una ruleta como una sombrilla junto al mar, el de «Carlo Monte en Montecarlo» de Jardiel, el que retrató Erich Von Stroheim en «Esposas frívolas» y en el que Blasco Ibáñez escribió «El paraíso de las mujeres». Para perder la bola y desgastarse el tapete en una romántica decadencia entregada a los riesgos de la fortuna. Noble y bajito galánSi en la posguerra estuvo a punto de quebrarse la Banca, nada como reconstruir un escenario rutilante de película gracias al olfato y sagacidad del príncipe Rainiero. «¿Qué hay que hacer para convertir esta timba en un país de cine de amor y lujo? ¡Pues nada, casarse con una princesa de Hollywood!». Y allá que se fue el noble y bajito galán, al Festival de Cannes, a seducir a una Grace Kelly que parecía ya preparada y empaquetada en lamé desde que interpretó «El cisne» para acomodarse en un trono.¡Divina Grace, divina Carolina, maldita Estefanía! La película dejó paso al paraíso fiscal donde todavía circulan Ferraris junto al mar. Mientras, el poco «glamour» y gracia de Alberto tratan de retornar a tiempos resplandecientes con un bodorrio para volver a las portadas. Su pasada ambigüedad y aspecto blandito hizo pensar que a lo mejor iba a ser el primer príncipe que se casara con un príncipe. Luego trató de reafirmar su sexualidad reconociendo bastardos de diversos colores. Ahora se casa con la bella y no por ello menos ambigua nadadora Charlenne Wittstock, con hombros y espaldas como un armario. ¿Qué podemos decir? Que sean felices y disfruten de bíceps.
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