Bruselas
Nubes y trabas para el futuro del cabrero andaluz
SEVILLA- En Carmona todo el mundo sabe que los Ávila llevan cerca de doscientos años rodeados de cabras. Todos los antepasados que Francisco Ávila puede recordar vivían de la leche y de los quesos que vendían por las calles del pueblo y en la región de los Alcores. Ahora, cada vez que llega a su explotación para trabajar con sus 390 animales le cuesta más albergar esperanzas de que sus hijos puedan ganarse el pan con la misma ocupación que sus abuelos. Este pastor de 47 años viajó el pasado día 13 a Ciudad Real para reunirse con los directivos de la empresa quesera García Vaquero a fin de negociar un alza en el precio de la leche. Desde hace cuatro años se paga entre un 15 y un 20 por ciento menos el litro, una cifra que no permite a los pequeños productores mantener en pie sus explotaciones. Se trata de una tendencia marcada por el exceso de producción y por los elevados costes de fabricación de los quesos. Algo que no sucede «ni en Francia ni en Holanda, que mantienen los precios», señala Francisco, que define de manera gráfica la situación en la que se encuentra el sector caprino: «Estamos ‘apretaitos'». Las llamadas de los bancos son continuas. «Si no hay dinero para pagar la comida de las bestias cómo vamos a pagar las hipotecas», se queja. La pretensión es que las grandes empresas paguen el litro de leche a «90 pesetas» (0.54 euros), una cifra que les permitiría un mayor margen de beneficio frente a las «63 pesetas (0.38 euros) actuales. En el campo andaluz parece como si todavía no hubiera llegada el cambio de moneda, el mercado común. El trato cerrado con un apretón de manos y la desconfianza para todo son la llave para hacer un «pequeño ‘capitalito' para sobrevivir». Lleva invertido en su negocio más de 180.000 euros desde que comenzó en esto a comienzos de los años noventa, cuando se independizó de sus padres e inició la aventura de ser cabrero en el siglo XXI. Eran buenos tiempos en los que se podía vivir, las subvenciones ayudaban a ampliar las instalaciones y todo marchaba a la perfección hasta que llegaron las multinacionales. «Hay un dato claro. Somos cinco hermanos y sólo un sobrino se ha metido en esto. El resto no tiene ninguna esperanza». Uno de sus hijos estudia veterinaria, pero no trabajará en el campo porque «en dos años seguro que nuestra producción ha terminado». En este negocio no saben lo que es un fin de semana, una feria ni un mes de vacaciones. Se trata de una de las dedicaciones más duras de cuantas se puedan encontrar. Todo el dinero que le llega en concepto de ayudas es «el pago único de Bruselas, 5.500 euros al año que provocan risa, por no llorar, claro», señala. En la época de sus padres, la economía familiar tenía un apoyo importante en la venta de los quesos por las casas. Con una parte de la leche se elaboraban productos lácteos, pero ahora está prohibido, aunque los cabreros denuncian que sus homólogos franceses lo hacen. «No lo entendemos, porque ellos también son parte de la Unión Europea, como nosotros, lo que pasa es que aquí sí se respetan las normas».Mientras todo esto pasa, sus infraestructuras, la sala de ordeño, que le costó cerca de 50.000 euros, y el ganado no dejan de bajar su valor. No lo puede ni vender, perdería dinero, pues en tan sólo cuatro años sus cabras han pasado de valer 100.000 euros a tan sólo 50.000.La producción de 180.000 litros anuales depende toda de él y su esposa. No hay ningún trabajador en la explotación desde el año 2002, ya que se trata de un mundo muy difícil y duro, que hoy no se aguanta, por sus arduas condiciones. Como ermitaños abocados a la soledad y a la extinción, los cabreros andaluces ven como se les cierran cada vez más puertas al desarrollo de su actividad. En los buenos tiempos en los que la ilusión y el dinero iban de la mano, una treintena de pastores de la región decidieron unirse en la Agrupación Ganadera Vega-Los Alcores, pero después de ocho años ha desaparecido.«Nos vamos a pique», confiesa este pastor que entre sus cabras echa la culpa de lo que le está pasando al Gobierno y a las grandes industrias. «Está claro –añade– que Zapatero quiere hundirnos porque, si no, no se explica cómo nos están haciendo tanto daño los del Gobierno».
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