Grecia
Desencanto en Grecia
Las violentas protestas que están teniendo lugar en Grecia en estos días, al hilo de las medidas de carácter económico que se están adoptando por el Gobierno heleno, quizá tengan una significación particular. No se trata sólo de hechos que acontecen en un estado europeo sino que, al mismo tiempo, es un estado miembro de la Unión Europea, una de las zonas de mayor estabilidad política y social del planeta y con un grado, bastante tolerable, de bienestar general. Con seguridad, estas reacciones, protagonizadas por un sector de la población, no causarán un escenario de inestabilidad profunda y, en modo alguno, serán equiparables a las que se producen en otros lugares del escenario internacional. No obstante, los sucesos en Grecia sí ponen de manifiesto la insatisfacción que recorre el conjunto de la sociedad internacional por la incapacidad del «sistema» de resolver los problemas a los que se enfrentan los ciudadanos y por la indefinición a la hora de asegurar un grado de bienestar aceptable para las poblaciones. En Grecia, no se trata de respuestas sociales a la existencia de conflictos de carácter étnico, ideológico o religioso ni tampoco la violencia de las protestas responden a causas que deriven insatisfacciones de carácter histórico. Es algo más sencillo, vinculado a la deuda y al «desorden» económico del país pero, a la vez, más complejo puesto que, lo peor, sería que se constituyesen en el germen de posiciones permanentes de rechazo y de contenido nacionalista. Con independencia de la responsabilidad que le corresponde a la sociedad griega por haber llegado a una situación así y, sobre todo, de sus Gobiernos, se advierte un hondo desencanto por las posiciones adoptadas por las instituciones internacionales que gestionan «el rescate» griego y que, al final, podrían producir un «desapego» y un claro distanciamiento de Grecia del entorno europeo y de quienes tradicionalmente han sido sus aliados. Las medidas del FMI y de la UE, seguramente, resulten necesarias y quizá estén sentando las bases de la eventual y futura recuperación de la economía en Grecia. Pero no deben aplicarse con criterios puramente economicistas sino, también, con una dosis importante de sensibilidad social. El balance final, una vez que se supere la crisis económica que aqueja al conjunto de la Unión Europea, no se medirá sólo en términos de resultados económicos y financieros sino que tendrá que ser observada en las consecuencias y «heridas» que haya podido producir en su impacto social. No es bueno volver al nacionalismo de los Estados ni a la fragmentación de Europa. Ahora más que nunca, en tiempos de dificultad, la unión de los estados de Europa es la solución a los problemas griegos y de otros Estados de la Unión. Es posible que buena parte de la sociedad griega no lo vea así en estos momentos. Quizá a nadie le esté preocupando que se vea de esta manera.
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