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Marruecos descubre el libertinaje por Alfredo Semprún
Lo hacen dios, seguro. La agencia oficial de noticias de Corea del Norte ha amenazado a sus vecinos de Corea del Sur con declararles «una guerra santa» si no suspenden sus maniobras militares de invierno. Dado que no parece que la jerarquía norcoreana haya abrazado el islam, podríamos aventurar que van a elevar a la categoría de «dios» al recientemente fallecido Kim. La nota oficial se queja de que los ejercicios militares «profanan su periodo de duelo». Hasta la vieja propaganda comunista tenía un límite: eran ateos.
Pese a la obsesión por el té con menta, Marruecos es un país estupendo para darse una vuelta. Si nos permiten un consejo, el Atlas beréber, con los extensos bosques de cedros de Azrou; Uarzarzate, la clásica «puerta del desierto», y el valle del río Draa, cuyas aguas se pierden en la arena, ofrecen cielos estrellados de los que ya casi no quedan por estas latitudes, tan iluminadas. Tal vez por ello, porque la inmensidad del firmamento nos recuerda que somos un mundo pequeño, aunque muy pagado de sí mismo, las gentes de la zona son tranquilas, amables y dispuestas a la charla sin prisas. Cerca de Azrou, entre paisajes que firmaría un suizo, se enclava Ain Leuh, una de esas pequeñas ciudades que las guías siempre describen como «pintorescas», pero que guarda un secreto: alberga uno de los grandes emporios de la prostitución local. Sobre todo, en los calurosos meses del verano, que en Ain Leuh, merced a sus montañas, son frescos y verdes, muy verdes.
Los «barbudos» imponen las buenas costumbres.
Son los fines de semana cuando afluyen los clientes, en su mayoría rifeños enriquecidos, que tampoco le hacen remilgos a una copa. Las meretrices, muy jóvenes, proceden de los pueblos agrícolas y ganaderos de la zona y suelen emplearse en el oficio uno o dos años. Con suerte, sacan lo suficiente para alimentar a unas familias que viven por debajo del umbral de la pobreza. Décadas de miseria y humillación a las que el Gobierno de Rabat ha dado la espalda
Forzosamente, Ain Leuh estaba llamada a convertirse en el símbolo de la regeneración moral que sacude a Marruecos desde que los islamistas ganaron, por amplísima mayoría, las elecciones.
La punta de lanza es el «Movimiento de la Unicidad y la Reforma», de clara inspiración salafista, que ha organizado una especie de «Policía de las buenas costumbres» y que, bastón en mano, se ha propuesto erradicar la prostitución y el alcohol en Ain Leuh. Pero no se limitan a moralizar en el Atlas. En Martil, la antigua Río Martín de nuestro protectorado, al norte de Tetuán, la milicia de la moral ha asaltado tiendas de licores y hoteles de mala nota. Incluso en las ciudades más grandes, como Salé, frente a Rabat, se reportan ataques y palizas a jóvenes sorprendidos bebiendo alcohol.
En una entrevista que publica la revista «Le Temps», de Casablanca, el líder del movimiento islamista Mohamed Hilali no oculta el objetivo último de su organización: erradicar el alcohol, las drogas y la prostitución del país, como exige el islam. «Creemos –dice Hilali– que los ciudadanos tienen derecho a ver realizaciones concretas en el terreno. Nos negamos a aceptar que el alcohol y la prostitución se conviertan en una costumbre».
Por supuesto, la cuestión no está en la lucha contra una lacra tan extendida en Marruecos como la trata de blancas, que debería ser una prioridad en las políticas sociales del Gobierno, sino en el intento de crear una Policía paralela que actúe por encima de la Ley. Así, ha surgido otro movimiento, «Vigilancia Ciudadana», liderado por una mujer, miembro del Parlamento, Khadija Rouissi, que conoce perfectamente el paño y sabe del riesgo que corren las libertades civiles e individuales en su país. Porque detrás de la lucha «contra el libertinaje» no hay más que un proyecto de islamización radical de la sociedad, como está ocurriendo ya en Túnez. A largo plazo, los liberales no lo tienen fácil. Los islamistas operan en un terreno propicio, donde el 77 por ciento de la población se declara partidaria de la prohibición del alcohol («Le Temps», 23 de febrero de 2012), y en donde los derechos de la mujer no alcanzan más que a una minoría ilustrada.
Por lo menos, no a esa chica de Fez que fue despedida el pasado martes de la pizzería donde trabajaba por no acceder a los avances de su jefe. Acudió a la Policía para reclamar el mes que le debían y salió denunciada por robo. Su padre, jornalero en la construcción, no ha tenido otra idea que quemarse a lo bonzo delante de la pizzería. Lo ha hecho –cuenta ella– para «defender su honor». Está grave en un hospital.
Irak y El «eventual rebrote de la violencia sectaria»
Sólo en la capital se registraron diez explosiones contra edificios oficiales y locales comerciales atestados de clientes. Casi todas las víctimas eran chiíes y Al Qaeda, integrada por suníes, se ha hecho responsable. Desde la retirada estadounidense, el pasado diciembre, han sido asesinadas casi un millar de personas. La agencia Reuters, en un alarde de cautela, cree que los ataques «vuelven a despertar los temores sobre un eventual rebrote de la violencia sectaria» que asoló Irak entre 2006 y 2007. Pues va a ser que sí.
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