Música
Lady Gaga la parada de los monstruos
Por mucho que se hable de ella, de sus vestidos, canciones y excesos, resulta difícil no sentirse sorprendido por la puesta en escena de este «Monster Ball Tour» con el que Lady Gaga apuntala su reinado, haciendo que lo de casi todas las demás (de Ke$ha, que también actuaba ayer en Madrid, a Britney Spears) parezca un juego de niños
Un reino que no es de este mundo, sino que se construye con deformidades, vísceras, bellezas extrañas y todo tipo de delirios, en una apabullante apología de lo diferente. Es una ópera synth-pop en cuatro actos, camino de su particular «parada de los monstruos», en donde la música es un elemento más, y no siempre el más importante.
Lady Gaga, con su pelo de un amarillo limón que casi hace daño, es Dorothy en la tierra de Oz, reclutando a una legión de fieles (15.000 personas abarrotaban el Palacio de los Deportes, con las entradas agotadas hace meses) para luchar contra sus propios demonios; es también la Alicia de Lewis Carroll (vía Tim Burton) en su país de las maravillas; y sobre todo es una artista total protagonista de un espectáculo total. Parte de un hilo argumental tan sencillo como efectivo (una pandilla de «freaks» camino del club más moderno entre los modernos), en donde el propio concierto acaba siendo el final de la historia, estructurada sobre las propias canciones de la excéntrica diva neoyorquina: «Dance in the dark», «Glitter and dance» y «Just dance» son las primeras en caer en este cabaret futurista en el que es inevitable dejarse los ojos para ver todo lo que pasa sobre el escenario; sólo la histriónica interpretación de «Teeth» acabó pasada de vueltas.
En realidad, a lo largo de estas dos horas no hay nada radicalmente nuevo, pero Lady Gaga, en cuyo documento de identidad figura el nombre de Stefani Joanne Angelina Germanotta, tiene la virtud de dar una vida distinta a todo lo que toca: Madonna, Cindy Lauper, Prince, Kylie Minogue, Michael Jackson, David Bowie o Marilyn Manson son nombres de los que tirar en uno u otro momento, pero al final la sensación es que esta época, por efímera que sea, le pertenece únicamente a ella. Con «The fame» continúa su paseo por el lado oscuro de la popularidad, «Love game» es sexual a más no poder y «Telephone» desata la euforia de sus seguidores («mis pequeños monstruos», les dice con ternura), atrapados en una suerte de histeria colectiva. No falta tampoco el carrusel de modelos imposibles, desde la monja plastificada con tiritas en los pechos a un traje final que parecía de kriptonita, todo dentro de un surrealismo en el que Dalí se hubiese sentido tan a gusto.
En «Speechless», sola frente al piano flanqueada por una bandera de España, demuestra que a la provocación hay que sumar el talento, justo antes de presentar «You and I», uno de los temas que figurarán en su próximo disco. A partir de ahí, siempre desmedida en sus movimientos, la traca final, no dejándose ni un gramo de sí misma y gritando cada vez más fuerte que estábamos allí para ser libres. Aparecen entonces sus mejores armas, los estribillos más pegajosos: «Monster», «Alejandro», «Poker face», «Paparazzi» y «Bad romance». Cinco ases recibidos con un mar de brazos al aire, entre el glam, la electrónica y el pop de consumo masivo, de nuevo con un atrezzo brutal del que sobresale un delirante monstruo como archienemigo en el clímax de esta alucinada película musical.
Lady Gaga lucha y gana, lo mismo como estrella del «gore», rebozada en sangre, que en su papel de psicóloga de barrio. Desde la cima, el único riesgo que parece acecharla es el de acabar devorada por su propio éxito, forzada a reinventarse a cada minuto. Pero esa es otra historia. Ésta, la de su concierto de ayer, es la de un espectáculo único más allá de prejuicios, escándalos y comparaciones. Algo digno de ver.
Masiva falsificación de entradas
Lo que se presumía una fiesta acabó en indignación para las aproximadamente 4.000 personas que se quedaron sin poder entrar al Palacio de los Deportes debido a una masiva falsificación de entradas. El origen del fraude, según apuntaban las primeras informaciones, podría estar en el robo de un lote especial para imprimir los tickets. Decepción, lágrimas y un enorme cabreo que amenazaba con convertirse en avalancha, lo que hizo necesaria la intervención de la Policía Nacional. «Es alucinante. ¿Y ahora quién nos va a devolver el dinero?», se preguntaba Claudia, de 19 años. Como ella, cientos de estafados, mientras a pocos metros había quien intentaba hacer su particular agosto gracias a la reventa, que alcanzaba los 400 euros. La escena se completaba con clones de Lady Gaga, una invasión de pelucas rubias, estribillos entonados de forma desigual y pancartas de todo tipo, incluida la de la chica que anunciaba su cumpleaños y a la que la propia cantante neoyorquina dedicó luego un «Happy birthday» en la mejor tradición de Marilyn Monroe.
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