San Antonio
Todos los paisajes llevan a Roma
El Prado acoge una exposición sobre el surgimiento del género entre 1600 y 1650, cuando muchos maestros coincidieron en la Ciudad Eterna.
Viva el realismo, que es representar la naturaleza mejor de lo que parece. Rendir homenaje al paisaje, siempre antes accesorio, y convertirlo en el único tema. Faltaba que algún mensajero difundiera las gracias de un género profano. Y eso ocurrió en Roma, hace 400 años, enmedio de un debate febril que lleva a la ciudad eterna a centenares de pintores, Velázquez entre ellos, para atrapar la luz de sus perfiles hasta convertirla en un «laboratorio de experimentación», como la definió ayer el director del Museo del Prado, Miguel Zugaza, que inauguró «Roma. Naturaleza e ideal», una gran exposición que recorre apenas 50 años decisivos para el nacimiento del paisaje como género.
«Esta es una muestra para asombrar, por el placer de descubrir lo desconocido, y para aprender una parte de la Historia del Arte con un claustro de profesores inigualable», dijo Zugaza. Y es que una gran parte del centenar de obras que se exhiben nunca se han visto en España, y muchos de los artistas son poco conocidos para el público e incluso para los historiadores, aunque hay maestros como Velázquez, Claudio de Lorena, Carraci o Poussin. Han sido seleccionados por un quinteto de comisarios expertos en este periodo, y llegan a Madrid después de pasar por el Louvre de París con enorme éxito. «Entre 1600 y 1650, Roma es el escenario de una nueva forma de ver, concebir y pintar el paisaje», dijo Gabriele Finaldi, que recalcó que 18 de los 24 pintores representados son de fuera de Italia, y llegan para abrir las ventanas de la capital desde Francia, Alemania, España o los Países Bajos. «En esos años se desarrollan todos los géneros, desde el historiado, el naturalista, el idealizado, heroico, el épico, hasta consolidar en la búsqueda un proyecto europeo».
El hombre ridículo
Hay que imaginárselos allí, retratando los alrededores, buscando la luz de «La aurora», como hizo Adam Elsheimer en una de las piezas más delicadas, reduciendo la figura humana a la expresión más ridícula. La aproximación de los pintores del norte de Europa es muy popular, casi fabulada de un paisaje imposible. Hacían un largo viaje y llegaban con los ojos muy abiertos. Jan Brueghel pinta una «Marina con el templo de la Sibila» que ubica en una montaña junto al mar que nunca existió, salvo en su cabeza.
En cambio, Aníbale Carracci, como los pintores italianos, salía a buscar la naturaleza para ofrecérsela con el detalle que exigían los curiosos, pero la terminaba en el taller para devolverla como imaginaba que debía ser, con una composición clásica. Y luego está Velázquez, que abre una brecha que no pudo ser continuada porque nadie logró igualar su enorme talento. En su «Vista del jardín de la Villa Médici en Roma», el pintor sevillano no es amable con la realidad, la plasma de una manera particular, cruda. Algo que probablemente tiene su causa en que, en esos años, Velázquez está solo en Roma, salvo por la compañía del pintor Juan Bautista Martínez del Mazo, también presente en la muestra con una pieza.
En esos años hay una gran demanda de ese tipo de obras. Primero, por el cambio de sensibilidad, y también porque a partir de 1633, Felipe IV encarga un enorme número de cuadros para decorar el Palacio del Buen Retiro, que acaba de concluirse. Una de las más llamativas, «Las tentaciones de San Antonio», es de Claudio de Lorena, que en este periodo es capaz de dar protagonismo al paisaje en formatos radicalmente verticales, o enormes tamaños que nunca antes había abordado. «Hay que detenerse a mirar cada pieza. Mirar con cuidado», señalaba ayer el comisario Andrés Úbeda, que insistía en el valor de la luz. Muchas de las obras tienen pequeño formato, como si estuvieran pintadas con timidez en sobrantes de lienzo. Y los temas se dejan ir, un poco más a la ligera, y caben desde las «escenas de toilette» de Venus, un «Paisaje con anacoreta predicando a los animales» (Gaspard Dughet), al «Paisaje con el pastor de cabras» (Lorena) o unas «Bañistas» (Guercino). También se transforman los temas clásicos, y así aparece más importante el paisaje que el personaje en «La predicación de San Juan Bautista» (Jacob Pynas) o «Hércules y Aqueloo» (Domenichino), y en otras ocasiones todo se vuelve enigmático como el título: «Paisaje con Psique y el águila de Júpiter», que fue comenzada por Paul Bril y repintada por Pedro Pablo Rubens. Peatones y sus viviendas, las colinas que rodean Roma, o el Coliseo como era hace cuatro siglos asoman entre la vegetación y el cielo. Otras veces, por encargo, pueden aparecer un «collage» de ruinas escultóricas y arquitectónicas que jamás estuvieron juntas. Todo es posible, el género está naciendo. Por cierto que, la exposición es, además, un gran complemento a la muestra sobre el Joven Ribera que también acoge la pinacoteca, y que encontró en Roma el taller de su formación temprana.
Como una fotografía
Goffredo Wals es uno de los grandes hallazgos de la exposición. Desconocido para casi todo el mundo, El Prado reúne algunas de sus piezas de pequeño formato. En «Casa en un camino» (en la imagen), retrata casi de forma casual los escenarios de una calle cualquiera, despreciando a la mínima expresión la figura humana, dando protagonismo a un camino de tierra, a la arboleda, a unos edificios burdamente geométricos. Da primacía a la zona de sombra, y, otras veces, es puntillosamente detallista: pinta la ropa tendida de una casa en las alturas de una montaña. Sus obras han sido prestadas para la exposición desde la National Gallery de Londres, Cambridge y Bremen.
El detalle
PEQUEÑAS GRANDES OBRAS MAESTRAS
El «San Cristóbal» de la derecha fue pintado por Orazio Gentileschi entre 1605 y 1615. No se dejen engañar, el cuadro apenas tiene 28 centímetros de largo, y parece como si hubiera sido una atrevimiento o una diversión para el pintor italiano. Quizá por el tratamiento del género. Hay varios ejemplos de cuadros de pequeño formato, dibujos, formas tangenciales de un género que nace con espíritu decorativo. Hay que acercarse para ver.
- Dónde: Museo del Prado
- Cuándo: del 5 de julio al 25 de septiembre.
- Cuánto: 10 euros, 5 reducida.
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