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El basurero de Daniel Ortega

Tras ganar las elecciones, el caudillo sandinista ha acumulado un poder que puede devolver al país a los peores años del totalitarismo. Nicaragua crece económicamente, pero la pobreza también avanza

Caudillo sandinista. Daniel Ortega, el que fuera líder sandinista, mantiene grandes alianzas con las empresas privadas de Nicaragua
Caudillo sandinista. Daniel Ortega, el que fuera líder sandinista, mantiene grandes alianzas con las empresas privadas de Nicaragualarazon

La Chureca bien podría haber inspirado a Dante a la hora ilustrar su temido infierno en la «Divina Comedia». Cuando amanece, columnas de humo negro se levantan sobre las montañas de basura. Las aves de rapiña sobrevuelan la zona en busca de carroña. El fuego reduce los escombros, el aire se hace pesado, pestilente. Hora de atarse el pañuelo en el rostro, de empuñar el palo con gancho y comenzar una dura jornada.

Jeni sonríe pese a todo. Parece la más coqueta del basurero con sus botas, los jeans ajustados y su camiseta verde. En su cansado pero jovial rostro, diferenciamos algunos rastros de maquillaje.

Nos anima a acercamos y charlar. A nuestro paso sentimos cómo la tierra se hunde bajo los pies, desprendiendo una sustancia hedionda, viscosa. «Voy a dejarlo; aquí no se gana más de 3.000 córdobas –150 dólares– al mes», nos comenta. A su lado, su hijo de ocho años la acompaña, aunque con cara de pocos amigos se niega a posar ante las cámaras. Él trabaja también de sol a sombra para ayudar a su madre.

Niños del basural
Estos niños harapientos, con caras hambrientas, con sed, desorientados por el sol y el bochorno, conforman la imagen más desoladora de La Chureca.

En la piel de los más pequeños se puede ver el deterioro que este lugar les ha causado. La tez áspera y seca, el rostro perdido. Elvis y Jone no deben de llegar a los 12 años. Elvis, con mirada picarona y una muñequera del Barça, de cuclillas, rebaña los huesos de una bolsa de residuos de la popular cadena de pollo frito Tip Top. Aunque el hedor nos produce arcadas, el chaval devora los restos con rapidez. Su almuerzo sólo se detiene cuando escucha el ruido de otro camión que llega.

Mientras vuelca la carga, miles de «churequeros» rodean la nueva «mercancía» con sus lanzas. Se viven momentos de tensión en la lucha por alcanzar el desperdicio más preciado. Más de una vez esa acción temeraria ha terminado en tragedia: algún niño queda atrapado entre las llantas del camión. O una mujer muere aplastada por las toneladas de basura.

Todos los habitantes de La Chureca sueñan con salir del lugar, con llevar una vida digna para su familia. Una utopía. Resulta estremecedor el testimonio de un chico conocido como «El Vaya». De edad desconocida, fue abandonado a los cinco años y actualmente es adicto al pegamento, una sustancia que los niños aspiran en bolsas de plástico. Este joven, cuyas únicas pertenencias son las ropas que lleva puestas, se alimenta de lo que le proporciona el vertedero. Son las historias que todos repiten por aquí.

El basurero fue creado el 16 de junio de 1943 por el Gobierno del dictador Somoza. Desde el comienzo hubo gente que se acercó aquí para tratar de ganarse la vida, pero el número empezó a subir dramáticamente en los años ochenta, cuando miles de personas llegaban a la capital huyendo de la guerra.

Situada al noroeste de la capital de Nicaragua, comprende 42 hectáreas en las que se encierra pobreza, tristeza y peligros de toda clase. En este lugar se desechan aproximadamente 1.500 toneladas de basura a diario, según informes de la dirección de limpieza de la alcaldía de Managua, dato que aún sigue siendo confuso debido a que en Managua existen muchos vertederos de basura ilegales. Un estercolero donde el cobre se convierte en oro y el plástico, en plata. Allí está el registro escatológico de la capital.

Este laberinto de basura expone potencialmente a los recogedores a todo tipo enfermedades, a cualquier amenaza derivada de la exposición con sustancias contaminantes u objetos peligrosos de manipular.

El doctor Leslie Ruiz Gómez lleva toda una década atendiendo en La Chureca. En esta ocasión le acompañamos de «patrulla». Las personas que trabajan en este lodazal también habitan en condiciones deprimentes, con casas hechas de plásticos, pedazos de metales, cartón o cualquier objeto que les pueda servir para construir un techo en donde refugiarse del sol ardiente y el frío de la noche.

Es el caso de doña Juana. Dentro de una casa de chapa, la paciente espera dolorida. Un perro la acaba de morder. Su herida supura mientras Leslie intenta taponarla. «El aire está contaminado. Por tanto, lo que más vemos son problemas respiratorios como asma y problemas dermatológicos, de piel. También son usuales las diarreas, enfermedades gastrointestinales y enfermedades de trasmisión sexual», afirma.

Afuera, de nuevo en el basural, los cargamentos llegan mermados. Los propios camioneros separan los escombros más valiosos antes de llegar a La Chureca. «Tenemos un grave problema con el sida. Los camioneros intercambian la carga con las familias a cambio de sexo con menores», nos confirma Adolfo Latino, miembro de la organización Funjofudess, quien asegura que el VIH afecta al 60 por ciento de la población de La Chureca.

Esto es reciclaje
Unos 20 millones de dólares genera la basura de La Chureca. Los «churequeros» ganan el equivalente a un dólar y medio o dos dólares diarios escarbando en la basura, seleccionando lo vendible a mejores precios y abasteciendo con eso a pequeños, medianos y grandes acopiadores de papel, de vidrio y de toda la gama de metales. Managua produce mucha basura, pero la cultura sobre el reciclaje es un bien escaso en la ciudad. La gente tira cualquier cosa en cualquier lugar y no siente ningún reparo en hacerlo. Los cauces que atraviesan la capital se atestan periódicamente de residuos de todo tipo, la gente barre la basura y la echa a las alcantarillas como si fueran sus papeleras particulares. Clasificar la basura resulta un sueño a muy largo plazo en Managua.

«¿Quién tiene las bolas más grandes?» es el nombre del concurso que la alcaldía de Managua viene promoviendo desde hace más de un año. Por distritos, los vecinos de los barrios se organizan en grupos para competir. Durante un plazo, recogen bolsas y envases plásticos y papeles y amasan con ellos enormes bolas de plástico o de papel. Quienes las hagan más grandes ganan un premio en efectivo. Las bolas se venden a empresas recicladoras. El concurso busca desarrollar la idea de que las basuras tienen valor y que hay ventajas en aprender a seleccionarlas. Por añadidura, contribuye a limpiar Managua. Pero la realidad es que hoy por hoy, los únicos que reciclan en Nicaragua son los «churequeros».

Dicen que la realidad a veces supera a la ficción. Es el caso de La Chureca. Resulta paradójico que, a pesar de los tiempos que corren, con el crecimiento económico que experimenta Nicaragua –un 4%– y las ayudas que el país recibe del presidente venezolano Hugo Chávez –1.600 millones de dólares en cinco años–, el recientemente reelecto Daniel Ortega no haya sido capaz de revertir la situación del basural.

Los programas sociales son la base de su voto. Entre 2007 y 2011 Ortega entregó 136.000 títulos de propiedad a personas pobres, con el «Plan Techo» reparte materiales de construcción y 75.000 familias han recibido un bono productivo, vacas, cerdos, gallinas e insumos agrícolas. El Gobierno subsidia a su vez a 800.000 usuarios del transporte público de Managua y a 150.000 en la tarifa de energía.

Sin embargo La Chureca, con sus montañas de basura, su olor pestilente y esos niños harapientos que se suben a los camiones para pelearse por un bote usado de champú «Head and Shoulders» o una botella vacía de Coca-Cola, no apareció en ninguna postal de campaña de los candidatos. De nuevo, los niños del basural son los grandes olvidados.